La fe y la razón pueden y deben ir de la mano. La fe es lo que creemos, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve y la razón es la capacidad de la mente humana, lo que se puede demostrar a través de un conjunto de pasos ordenados que se emplea principalmente para hallar nuevos conocimientos y descubrimientos en las ciencias basados en la experiencia y la medición sujetos a los principios de la lógica.
Grandes hombres de ciencia han sido hombres de fe, por ejemplo podemos mencionar a Albert Einstein una de las mentes más brillantes del siglo XX que tenía un concepto de religiosidad y de Dios.
En algunas de sus frases podemos apreciar algunas de sus convicciones. Nos decía: “La ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega”. “La vida de un hombre sin religión no tiene sentido; y no sólo lo convierte en un desdichado, sino en un ser incapaz de vivir”.
“El admitir que existe algo en lo cual no podemos penetrar; el pensar que las razones más profundas, que la belleza más radiante que nuestra mente pueda alcanzar, son sólo sus formas más elementales de expresión; ese reconocimiento, esa emoción, constituye la actitud verdaderamente religiosa.
En ese sentido yo soy profundamente religioso”. Aunque como hombre de ciencia y fe también reflexionó: “No puedo aceptar ningún concepto de Dios basado en el miedo a la muerte o en la fe ciega”.
Otro gran hombre de ciencia Sir Fancisco Bacon que era un filósofo conocido por establecer el método científico de investigación sobre la base de la experimentación y el razonamiento inductivos estableció sus metas como el descubridor de la verdad, servidor a su país, y servidor a la iglesia.
El expresó: «Es cierto que una filosofía ligera inclina a la mente del hombre al ateísmo, pero la profundidad en la filosofía conduce las mentes de los hombres a la religión; pues mientras la mente del hombre busca segundas causas dispersadas, puede algunas veces descansar en ellas, y no ir más lejos; pero cuando contempla la cadena de ellas confederadas, y acopladas juntas, debe necesitar volar a la Providencia y Deidad”.
La palabra de Dios, que es espíritu y verdad, manual de vida y la clave de la felicidad, está por encima de toda ley terrenal y humana, constitución o tratado internacional. Somos una nación orgullosamente creyente, está en nuestra bandera, escudo y génesis.
No debemos renunciar a nuestra verdadera idiosincrasia, a nuestros orígenes cristianos y de fe. Todo lo bueno que se les enseñe a nuestros hijos es necesario y la palabra de Dios es un manantial de amor y esperanza. Lo demás vendrá por añadidura.

