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Funcionarios arrogantes

Funcionarios arrogantes

Ángel Puello

Es casi un patrón dolorosamente repetido en la política dominicana: ese dirigente humilde, cercano, siempre disponible, que antes de llegar al poder era símbolo de esperanza para su gente, se transforma radicalmente una vez alcanza una posición de alto nivel. Pasa de ser el defensor de las bases a convertirse en su verdugo emocional. Lo que antes era entrega, hoy es indiferencia. Lo que era solidaridad, hoy es arrogancia. Y lo que era calor humano, hoy se ha vuelto una fría y blindada puerta de oficina.

Antes de ser designado como funcionario, este político era un alma amable. Respondía el teléfono a la primera llamada. El tono era cálido, cercano, con frases como “mi hermano, ¿en qué puedo servirte?”. Era el primero en enterarse y solidarizarse ante una pérdida familiar o en felicitar por un cumpleaños.

Criticaba con vehemencia a quienes ocupaban cargos, acusándolos de olvidarse de las bases, de actuar con frialdad, de volverse inalcanzables. Juraba, con voz firme y mirada decidida, que él jamás sería así. Que él iba a dignificar a quienes lucharon junto a él. Que nunca cambiaría.

Pero una vez juramentado como ministro o director general, su transformación es tan drástica como decepcionante. Ya no responde el teléfono, por más insistencia que haya. Las llamadas se pierden en el silencio de un aparato vigilado por asistentes entrenados para decir que “está en reunión” o “hay que hacer una cita”. Y cuando finalmente se logra una cita, si es que llega a ocurrir, se convierte en un trámite eterno, engorroso, muchas veces infructuoso.

Lo más indignante es cuando el miembro de la base —ese que pegó afiches, que defendió con pasión en los medios, que se desveló en la campaña— decide ir directamente a la institución con la esperanza de ser atendido. En vez de recibirlo con un abrazo o un “hermano, qué bueno verte”, es amonestado públicamente. “¡Fulano, no me acoses! No puedes venir sin cita”.

Ese político que antes se desvivía por escuchar, ahora se molesta por ser buscado. El poder lo convierte en estatua de sí mismo, rodeado de guardaespaldas, asesores y una nueva corte que lo aplaude incluso en su desprecio. Y ni hablar de los gestos simples.

El cumpleaños de ese compañero ya no es recordado. La muerte de un familiar es ignorada. No porque no lo supiera, sino porque ya no le importa. Lo que antes era humano, hoy es burocrático. El dirigente se desliga del hombre que fue, como si el cargo viniera con una cláusula de olvido.

Por: Angel Puello
angelpuello@gmail.com

El Nacional

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