En medio de coyunturas sumamente críticas de la historia dominicana, las dos principales interrogantes en el liderazgo dominicano han sido: ¿Hacia dónde va el país? y ¿Hacia dónde debería ir? Definitivamente, se adopta o continúa un modelo de gestión pública, centrado en el “desarrollo” de la Nación bajo uno o dos de los paradigmas existentes.
En el interregno 1870-2019, el país ha conocido seis modelos de desarrollo: Dos de corte liberal (1870-1900 y 1900-1930); dos de corte desarrollista-estructuralista (1930-60 y 1960-1982); uno neoliberal (1982-2009) y otro neodesarrollista-neoestructuralista (2009-2019).
República Dominicana, durante los 149 años que abarcan esos modelos, ha sobresalido en el contexto internacional por su crecimiento económico y por las transformaciones estructurales e institucionales que ha experimentado. Sin embargo, no ha logrado alcanzar el estatus de país desarrollado.
Tampoco ha logrado, en términos de desarrollo, niveles significativos de convergencia con los países más avanzados del planeta. En consecuencia, no se reconoce en la literatura internacional como uno de los países “milagros”, pero tampoco como un caso normal de país en desarrollo que ve ampliar sus brechas absolutas y relativas de desarrollo con los países más avanzados.
La República Dominicana por sus características se inscribe como uno de los pocos “misterios” del mundo.
Los modelos desarrollistas y el neodesarrollista, a pesar de sus grandes impurezas, promovieron el avance al desarrollo, mientras que los modelos liberales y el neoliberal contienen más sombras que luces.
En el período neoliberal de 1982-2009, el más desastroso de todos, la industrialización se eliminó de la mira del Estado, se congeló la diversificación productiva y mediante una privatización acelerada y desordenada se deterioraron los servicios públicos básicos.
Crecieron abruptamente las drogas y el armamentismo en la población. La pobreza, la desigualdad, la corrupción, la violencia, el deterioro medio ambiental y el caos generalizado alcanzaron altos e increíbles índices.
Se masificó la mano de obra haitiana en todo el territorio nacional y el equilibrio de las cuentas externas pasó a depender de las remesas de los dominicanos ausentes.
Finalmente, se colocó al Estado dominicano en condiciones prácticamente de impotencia ante los graves problemas acumulados.
Posteriormente, consciente de ese daño, el liderazgo dominicano inicia la adopción de un modelo neodesarrollista-neoestructuralista, que, aunque con serias debilidades en sus primeros 10 años, sentó las bases para volver a colocar al país por el sendero del desarrollo.
El fuerte impacto de la crisis mundial generada por la pandemia y otros fenómenos externos e internos han forzado al cambio de agenda y conducido a la nación a la más compleja y difícil de las coyunturas en toda su historia.
Pese a los enormes recursos invertidos, se ralentiza el crecimiento de la economía dominicana y se multiplican sus problemas ancestrales.
Edylberto Cabral Ramírez
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