El ahorcamiento de un joven haitiano, atado de manos y pies, en un árbol del Parque Ercilia Pepín de Santiago, por su macabro mensaje de intolerancia y fanatismo, compromete al país como segregacionista, digan lo que digan. No fue de repente, un siniestro proceso de persecución a personas haitianas o negras, por parte de comunidades barriales donde se asientan, prohibición por los mismos chóferes de concho que hasta documentos piden ante la duda racial, amenazas a quienes postulan por los derechos humanos de las personas indocumentadas, además del llamado de “muerte a los traidores”, dirigido a cuatro periodistas reconocidos, advertían que esto iba a suceder.
Las autoridades debieron darse por enteradas, reaccionar y poner atención a estas manifestaciones, pero la callada fue su respuesta y hasta aquí llegamos en la inercia que no se convence fácil por las señales de racismo, sexismo, clasismo y demás exclusiones peligrosas. (Si lo sabremos las dominicanas que por esa falta de perspectiva, perdemos mas de doscientas mujeres cada año!).
Revestidos de un chauvinista y fanático patrioterismo, grupos nacionalistas a ultranza, animados por el silencio oficial, proclaman su rancio pensamiento como grito de guerra, queriendo convertirnos en una comunidad intolerante, desfasada, en la que los crímenes de odio aumentan y recrudecen.
Los crímenes de odio, son violencias de la intolerancia y el fanatismo, dirigidos a herir y también intimidar a las personas por su raza, identidad étnica, origen nacional, religión, orientación sexual o discapacidad. Y aquí hay mucho de eso, aunque tratemos de maquillar la realidad.
Los países donde en su pasado más o menos reciente, el racismo y el odio tuvieron efectos devastadores, como por ejemplo Alemania y Estados Unidos, han legislado para reconocer estos delitos fundamentados en la intolerancia. Para quienes como nuestro país, la discriminación es apenas una circunstancia agravante y un delito con poco reconocimiento, tenemos que hacer grandes esfuerzos para lograr que se reconozca y se castigue.
Y hasta aquí llegamos, no solo a ejecutar y exhibir el cuerpo de un pobre muchacho por ser haitiano, sino también a enviar a toda la comunidad de migrantes como él, un potente mensaje de amenaza e intolerancia, un marco mental para las actitudes sociales, políticas, económicas y culturales, que perjudican a la migración haitiana, documentada o no, en nuestros país.
Nos queda recordar a Martín Luther King, cuando decía, “tendremos que arrepentirnos no tanto de las acciones de la gente perversa, sino de los pasmosos silencios de la gente buena”. Hasta aquí llegamos!