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Huraña

Huraña

Pedro P. Yermenos Forastieri

Desde el día de su nacimiento todos tuvieron la misma sensación: Se trataba de una niña especial. Lo que nadie podía suponer era que su condición nada tenía que ver con lo físico, como iban a demostrarlo próximos acontecimientos.
Era impresionante la iracunda reacción de disgusto que experimentaba cuando sus padres intentaban sacarla de su habitación, único espacio donde parecía sentirse a plenitud. De tal magnitud era su rabieta, que no dejaba opción que no fuera dejarla en su hábitat exclusivo.

Cuando alcanzó la adolescencia, su situación adquirió matices extremos. Su entorno estaba desesperado. No encontraba el camino para enfrentar la situación. Había consultado profesionales de la conducta, los cuales, avalaban su situación física, pero admitían que algo andaba mal en el aspecto emocional, aunque no precisaban un diagnóstico específico, porque era necesario tener contacto personal con ella y someterla a estudios, algo imposible dada su obstinación con el encierro.

Lo puso como condición ineludible: Exigía que le compraran un perro. Supusieron que podría ser algo que contribuyera a su proceso de socialización y lo vieron como oportunidad para sacarla de ese proceso de misantropía que tanto les preocupaba.

Crisis no calculada
Sin ninguna vacilación, describió el tipo y las características de animal que quería y adelantó el nombre que le pondría. Se llamaría Partner. El vocativo no les dijo nada y se dispusieron a buscar la forma de adquirir el sujeto en quien depositaban esperanzas para hacer introducir su hija en una vida normal.

Antes de cerrar la operación, le mostraron fotos, historia, ancestros de las ofertas, hasta que ella señaló la de su predilección. Estuvieron de acuerdo en su buen gusto. Era el más bello e imponente de todos y, para ellos, lo importante era que se tratara de su elegido, conscientes de que, de esa forma, sus anhelos tenían mayor probabilidad de materializarse.

Nunca la habían visto eufórica como cuando Partner llegó a la casa. Era como si hubiese surgido un antes y un después de ese día. En seguida lo acogió con un espíritu de propiedad, dejando establecido, sin dejar lugar para dudas, de que nadie podía entrometerse en aquella relación que se iniciaba.

Pocas semanas bastaron para que el olor se hiciera irresistible. Lo impresionante era que ella constituía la fuente principal del desagradable aroma. Convencieron al médico para que acudiera a la casa. Su opinión fue categórica. “De no separarla de ese animal, se muere en breve”.