Dar por descontada cualquier valoración u opinión tiene sus riesgos. Los márgenes de error son amplios. La certeza suele jugar con el azar. El tiempo mismo nos da la razón con sus fluctuaciones e imprevistos. Imponderables que bien podemos extrapolar podemos examinar al ámbito social contemporáneo. Lo transcurrido pertenece a la historia, y el porvenir es inevitablemente impredecible.
A la hora de revisar el presente, como si dijéramos lo trascendente, las particularidades pasan a un plano inferior, irrelevante. Así, estudiamos el comportamiento de cada público en un tiempo y espacio determinado para corresponder a sus necesidades e inquietudes a corto plazo. En ámbito es determinante, por supuesto. De ahí que todo plan -sobre todo comunicacional-, deba ser auditado y reajustado periódicamente.
Reafirmando así el enunciado que limita los efectos de una imagen y los resultados de una propuesta de publicidad, propaganda y relaciones públicas a una generación. Esto, sin embargo, le otorga un valor de baratija al oficio, si se limita apenas a ese punto. Procede ir más lejos.
En este aspecto, los resultados de tareas simplificadas -sin sustancia-, no van más allá de lo que se ha dado en llamarse mediático, con efímeros resultados mediocres, siendo exacto. Si falta sustancia se crea una idea / figura artificial que desaparece del escenario muchas veces antes de que baje el telón. Suele agotarse antes de que una generación agote sus posibilidades.
Esto ocurre cuando el plan de imagen descansa solamente en procedimientos cosméticos. Apostar únicamente al lujo y cuidado en el envase es una de las tantas formas de perder el tiempo y botar recursos.
Cuando el producto, el individuo o la empresa, carecen de la calidad necesaria para ganar y merecer la simpatía y voluntad de los públicos ocurre lo no deseado. Un estudio serio y ponderado permite identificar valores ciertos y explotables a mediano y largo plazo.
El nombre no lo es todo. Shakespeare nos lo enseña, en medio del drama de una de sus grandes obras. Julieta: ¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa sería tan fragante como cualquier otro nombre. Si Romeo no se llamase Romeo, conservaría su propia perfección sin ese nombre y, a camb