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Necesitamos hombres y mujeres imprescindibles para redireccionar el Estado

 

(«Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.» Abraham Lincoln)

Es imperativo el priorizar la constitucionalidad en nuestra vida social, redefinir la organización del Estado, revertir el concepto de pedazo de papel que nos han legado nuestros estadistas.

Rescatemos la nación, la institucionalidad, la constitucionalidad, sin ello no alcanzaremos el sueño de nuestros fundadores y no se hará realidad el proyecto que todos y todas que los que aman la patria anhelan, una República Dominicana desarrollada integralmente y con justicia social para todos.

En las sociedades avanzadas con desarrollo integral y humano, todo lo malo es posible, pero de manera excepcional. En nuestros países, de posiciones tercermundistas, estancados en las vías del desarrollo, como es el caso de la República Dominicana, todo lo malo es posible, pero en la generalidad.

Para los dominicanos, esto no es un asunto de percepción, es un asunto de realidad. Esta situación se basa en una principal razón: la falta de institucionalidad, que se desprende del incumplimiento a las normas (anomia generalizada), instaurando la corrupción en todos los sectores; y de todo esto lo más sobresaliente, el individualismo o falta de aportes positivo por parte de los ciudadanos.

Si bien es cierto que el derecho individual de adquirir riquezas y bienes, es legítimo, también es cierto que el derecho colectivo tiene supremacía sobre la individualidad.

El Papa Francisco arenga sus obispos y les instruye “No ser tímidos a la hora de repudiar y derrotar una mentalidad generalizada de corrupción pública y privada que ha logrado empobrecer, sin ningún tipo de vergüenza, a familias, jubilados, trabajadores honestos, comunidades cristianas, marginando a los jóvenes, sistemáticamente privados de esperanza en su futuro y, sobre todo, dejando a un lado a los débiles y necesitados».

Debemos aunar esfuerzos para limitar la ambición en tener riquezas sin respeto al ambiente o la colectividad, pues al observar el comportamiento de muchos ciudadanos, tanto en el ambiente privado, como en el público, se puede apreciar que escasas veces se persigue el beneficio del conjunto de los que están involucrados en los asientos de productividad, que los relaciona a una empresa u oficio.

En cuanto a los ciudadanos de incidencia pública, para los cuales es obligatorio el velar por el bien común o social, es aún más paradójico el que no se ejecuten los mejores esfuerzos de beneficios para la colectividad.

El funcionario público está obligado por ley a velar por el bien común, pero es quien menos lo hace. Podemos ver que priorizan la autorrealización (vanidades, lujos y despilfarro de riquezas).

Nos obliga a reflexionar los verdaderos siete pecados capitales según Mahatma Gandhi: 1. Riqueza sin trabajo, 2. Placer sin conciencia, 3. Conocimientos sin carácter, 4. Negocios sin moral, 5. Ciencia sin amor a la humanidad, 6. Religiosidad sin sacrificio, 7. Política sin principios.

«Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles». Bertolt Brecht.

El Nacional

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