La historia de este noble instrumento de conocimiento, el libro, es la de la primera gran idea que tuvo el ser humano al intuir que debía preservar la memoria de su tránsito por el mundo para que le tuvieran presente como correlato útil de las generaciones del porvenir y de la historia.
El libro es un invento de una nobleza inconmensurable y el que establece, con la escritura, una importante diferenciación entre el Homo sapiens y los demás homínidos en su avance hacia la conquista del hombre moderno con la invención, no menos extraordinaria, de la rueda, diseñada por el Einstein de la antigüedad.
Es probable que estuviéramos al menos cercanos a la Edad de Piedra, si no fuera por esa forma ingeniosa de oler a eternidad.
Y de no haber ocurrido la quema de la biblioteca de Alejandría que, para agravar los recelos de la mediocridad trocada en fuerza religiosa y convertida en dogma oficial, dirigía una mujer, Hypatia, estaríamos, según Carl Sagan, conquistando las estrellas.
Sí, porque se perdieron miles de años de conocimiento devorados por las llamas fanáticas.
Aquello significó un retroceso devastador para el progreso del conocimiento humano.
No es que aún el libro no tenga enemigos como los tuvo durante aquellos días oscuros que precedieron al aún más cerrado oscurantismo de la Edad Media, orientados por el poder religioso del momento.
Sí, los tiene, larvados en variadas formas de expresión de odio antievolutivo, de mentalidad policíaca, de piras funerarias contra la creación libre y el libre albedrío.
El libro no molestaría al poder ni a los mediocres parapetados hasta en redacciones, si en si mismo no tuviera la fuerza para convertirse en un factor riesgo para el status quo, cuando de peligros se trata.
En estos tiempos resulta ridículo que alguien vea a un ser inocente amenazando la existencia del libro sólo por encontrarse en un escritorio, salvo que nos encontramos en un medio con una alta cuota de analfabetismo hasta entre periodistas, lo que resulta todavía más paradójico puesto que éste es un oficio de la palabra, lo que convierte al comunicador en un instrumento del conocimiento, en un vector del discurso de la comunidad.
Se cree que instrumentos tecnológicos como Internet van a hundir el libro, pero más puede contra éste la superficialidad, el predominio de los criterios light y la pobreza de entendimiento y el bloqueo de la conciencia a que se va llevando a millones de personas vía los medios de comunicación, sobre todo electrónicos, que tienen una gran cuota de alienación y perversión que hoy predomina en la sociedad moderna.
Ninguna culpa tiene el libro de irradiar esa luz que ciega a los que reverencian al poder en busca de migajas y de ser aún más noble y fiel que al afamado perro, pues no contrae la rabia (aunque la propaga entre los patéticos trujillitos que arrinconados en su litoral oscuro, nunca alcanzarán a volar y dejar atrás sus amados acantilados).
Nada es más glorioso ni hay víctima más propicia que el libro de los perversos, los charlatanes, resentidos, mediocres, los enanos mentales y los pobres entre los pobres de espíritu.
UN APUNTE
La Biblia
Es indiscutiblemente el libro más vendido en toda la historia, con un total de cuatro mil millones a seis mil millones de copias. También tiene el récord de ser el libro más traducido (más de dos mil idiomas y dialectos traducidos).

