Reportajes

Julio Gautreaux uno de los músicos más completos RD

Julio Gautreaux  uno de los músicos más completos RD

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Cuando residía con mis padres en la calle Martín Puchi, en el barrio San Juan Bosco, al lado de nuestra casa vivían los esposos Caamaño Medina, papá Nelo y mamá Nela, padre del entonces teniente coronel Fausto Caamaño Medina y abuelos del coronel Francisco A. Caamaño Deñó, quien años después sería presidente de la República en Armas y jefe militar del glorioso Movimiento Militar Constitucionalista fundado por el coronel Rafael T. Fernández Domínguez.

Luego nos mudamos a una casa en la calle Doctor Delgado esquina Moisés García que nuestro padre recién había construido. La casa estaba en la colina llamada La Generala, en el área comprendida entre la Doctor Báez, la avenida México, la Doctor Delgado y Moisés García, donde estaba el Centro de Enseñanza del Ejército y en el lado este de la colina, la Mansión Presidencial, asiento del Poder Ejecutivo, llamada La Mansioncita, que había reconstruido Trujillo después del ciclón de San Zenón.

Con apenas seis años de edad, el autor de este trabajo quedó fascinado, embriagado y emocionado, cuando escuchaba desde las 6:00 de la mañana, en ese gigantesco escenario solariego, la Banda de Música del cuartel general del Ejército, que dirigía el primer teniente José Dolores Cerón, interpretando marchas militares bellísimas, entre las cuales se destacaban las mexicanas “Bodas de oro” y “Zacatecas”, a las que se sumaban marchas de John Philip Sousa, el famoso compositor estadounidense y las marchas dominicanas “Coronel Trujillo”, de José Dolores Cerón y “Cambronal”, de Pancho García.

Esa banda de música, muchos años después, nos dijo personalmente José Dolores Cerón, estaba integrada por 40 músicos y tenía como instrumentos de notoria ejecución, flautas y liras, lo que hacía posible que interpretaran con perfección la ejecución de las marchas de John Philip Sousa.

En esa época, según el registro de nuestra memoria queda el recuerdo de dos acontecimientos de extraordinaria importancia, como fue la visita al país del coronel Jaime Mariné, director de Deportes del Gobierno constitucional de Cuba, presidido por Fulgencio Batista y secretario personal del gobernante cubano, quien había llegado a ese país como caballerizo del Rey de España, al cuidado de un hermoso corcel que el monarca español le envió de regalo al presidente Gustavo Machado.

La visita de Jaime Mariné fue importante porque Trujillo recibió a este personaje, que al parecer era muy influyente en Cuba, como todo un jefe de Estado. Presenciamos aquellos actos, en el Centro de Enseñanza, un desfile de un batallón comandado por el teniente coronel Fausto Caamaño Medina, quien tenía como ayudante al capitán Euclides Gutiérrez Abreu; luego el ejercicio militar de armas manuales en silencio realizado por un pelotón de 25 compañías, comandado por el capitán Gutiérrez Abreu, que la integraban soldados vestidos con uniformes de gala que por primera vez se usaron en el país.

La estentórea voz de mando de nuestro padre y la precisión y firmeza con que hicieron los ejercicios de «Manual de armas en silencio» concitaron aplausos en todos los que los presenciaron.

En términos históricos, la ceremonia que se llevó a cabo aquel día en el Centro de Enseñanza tiene una importancia histórica extraordinaria porque fue la primera vez, en los once años que habían transcurrido desde 1930, cuando Trujillo tomó el poder, que se realizó un ceremonial tan vistoso con tropas disciplinadas, bien uniformadas, encabezadas por una banda de música sonora, armoniosa, que ejecutaba las marchas con extraordinaria precisión y belleza.

Mariné quedó tan impresionado que descendió los escalones del palco donde estaba sentado acompañado de Trujillo, quien le siguió, y dio la mano a nuestro padre y luego lo abrazó, diciéndole que no había visto nunca una expresión tan unificada y precisa como la habían realizado los soldados de la República. Lo que más nos impresionó en aquel momento, fue la calidad incuestionable de la interpretación armoniosa y ajustada de las marchas militares mexicanas, estadounidenses y dominicanas, en las cuales se destacaban el sonido de las trompetas y las flautas. A partir de ese momento, tomé la decisión de ser músico y así lo hice saber a nuestros padres.

A mediados del año de 1942, antes de que cerrara el año escolar, en julio, nos habíamos mudado a El Seibo. Nuestra estadía en la histórica comunidad del Este, que apenas duró año y medio, fue en nuestra vida de importancia extraordinaria. Al día siguiente, domingo, en horas de la noche, se oían los aires vibrantes, acompasados, de la famosa marcha mexicana titulada “Zacatecas” y minutos después, marchando a paso militar y firme, apareció en la esquina la Banda Municipal de Música, integrada por no más de 22 músicos.

Al frente de la misma el tambor mayor, joven, alto, jabao, de fuerte complexión física, que llegaría después a ser un personaje militar importante, llamado Ramón Puente Eusebio, Ramoncito, se detuvo frente a nuestra casa en cuya pequeña galería nos encontrábamos sentados mis padres y yo, y se escuchó el sonido agudo del pito del tambor mayor y la orden firme diciendo “derecha, derecha”; poniéndose de pies, nuestro padre inmediatamente devolvió el saludo militarmente.
Esa banda de música estaba dirigida por Julio Gautreaux, uno de los músicos más completos que ha conocido el escenario artístico y musical de la República; la integraban además por lo menos seis personalidades de la vida profesional y social de la comunidad seibana, médicos, abogados y antiguos oficiales del Ejército Nacional.

En el registro de nuestra memoria quedó aquel episodio imborrable para siempre, como imborrable fue nuestra corta estadía en aquel lugar, en el cual antes de cumplir los siete años de edad fuimos inscrito en la Academia de Música, a recibir clases de ese maestro inolvidable junto a su hijo, Bonaparte Gautreaux Piñeiro, alias Cabito. Fue en El Seibo donde escuchamos por primera vez la melodía de lo que hoy se llama “La gaviota”, cuyos versos había escrito Juan Bosch, preso junto a Julio Gautreaux, en la Torre del Homenaje de la Fortaleza Ozama, en los primeros años del régimen de Rafael Trujillo Molina.

El Nacional

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