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La débil democracia

La débil democracia

Orlando Gómez Torres

Siempre creímos que la fortaleza de la democracia era directamente proporcional a la fortaleza de las instituciones, por ello democracias como las nuestras eran débiles y estaban expuestas a los caprichos de los caudillos de turno, mientras que los países desarrollados con instituciones robustas parecían tener sus democracias blindadas de la demagogia y los tremendismos con verdaderos mecanismos de fiscalización y un régimen de consecuencias. Hoy sabemos que eso no era, ni es, suficiente y que la democracia siempre ha sido frágil por naturaleza, por eso hoy es más importante que nunca defenderla.

Después de décadas de prosperidad en occidente, en gran medida como resultado de sus regímenes democráticos, resultaba impensable que esta en algún momento se viera asediada por el populismo y el autoritarismo. En tiempos pasados, estas formas de gobernar y hacer política se veían como contenidas e incapaces de extenderse hacia el “mainstream” de democracias institucionalizadas por sus fallas autoevidentes. Hoy esta idea es cuanto menos cuestionable.

Es, y siempre ha sido, una necesidad de los regímenes autoritarios y populistas legitimar su doctrina y su forma de gobernar atacando los fallos de sus vecinos democráticos. Esa era la base de la propaganda en la Unión Soviética, al igual que China, Cuba, Corea del Norte y virtualmente todo régimen autoritario desde finales del siglo XIX.

La propaganda era efectiva a lo interno, pero siempre resultó cuesta arriba exportar esa idea hacia democracias fuertes donde existía un manejo responsable de la información y donde instituciones como la prensa daban vital importancia a su credibilidad. Y luego llegó el internet.

En la era de la desinformación, la propaganda y los mecanismos de manipulación masivos han encontrado amplio espacio para esparcirse sin mucho control y virtualmente inalcanzables para los mecanismos tradicionales, institucionales y morales, de fiscalización que antes protegían a las democracias y en particular a sus ciudadanos. Las instituciones democráticas no supieron evolucionar ante el nuevo paradigma, y hoy están siendo efectivamente atacadas en su fundamento por campañas inescrupulosas apoyadas por regímenes autoritarios.

La pregunta existencial a hacernos es ¿Cómo volver a la cordura sin canibalizar esos mismos principios democráticos que deseamos preservar? Es difícil responder, y más difícil aún encontrar una solución dada las actuales circunstancias. Lo que nos lleva a una pregunta tan real y válida como fatalista, ¿Es siquiera posible deshacer el daño ya causado? Hasta ahora la mejor respuesta que tengo es un “no sé”.

El Nacional

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