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La niña

La niña

Pedro P. Yermenos Forastieri

La niña mimada de la casa, que había llegado, al fin, después de tres intentos, debía marcharse del pueblo a iniciar sus estudios universitarios. Era una dura realidad para unos padres que sentían temor ante el escenario novedoso al que tendría que enfrentarse su amada descendiente.

Debía viajar a Santo Domingo a matricularse. El vecino contiguo de la casa tenía un carro en el cual, viajaba de lunes a sábado a la capital. Dos días previos al viaje de la hija, su papá la anotó para ser una de las pasajeras.

En la víspera, el progenitor fue presa de un sentimiento irresistible de angustia cuyo origen no podía explicar. Le resultaba imposible eliminar el pensamiento trágico que le abrumaba. Casi a medianoche, llamó a su vecino y le dijo que su hija no viajaría. Le ofreció el pago del dinero para compensar el daño que la súbita decisión ocasionaba.

De madrugada, partieron, en su camioneta verde, él, la hija y su hermano menor. La sensación perturbadora desapareció y se sentía feliz de haber desistido de la idea de enviarla con alguien distinto a él. Pasadas las dos de la tarde, las gestiones habían concluido de forma exitosa. Comieron algo ligero para no retrasar en exceso el regreso al pueblo.

Tomaron, rumbo norte, aquella mole de cemento de solo dos carriles, con todo el peligro que eso implicaba. Al pasar el pequeño monumento a la Virgen de la Altagracia, el tránsito se tornó insoportablemente pesado. Era tanto el tiempo que duraban detenidos, que la mayoría de los conductores optó por apagar sus vehículos.

La triste historia de la niña
Desesperado, impartió al hijo la orden de que se desmontara y fuera a indagar la causa de tan descomunal trancón. Transcurridos unos quince minutos, el jovencito volvió llorando desconsoladamente: “Papá, es el vecino que ha tenido un accidente y, menos un hombre, están todos muertos”. No sabía qué hacer, colocó como pudo su camioneta al lado de la carretera y salió despavorido hacia donde se iniciaba el embotellamiento.

Seguido, se incorporó a los esfuerzos por retirar el guía incrustado en el pecho de su amigo y sacarlo, junto a los demás cadáveres, de la chatarra en que quedó convertido el carro. Cuatro horas tardaron para colocar en la ambulancia los cuerpos mutilados.

Al llegar a su hogar, lo recibió el vecino para devolverle el dinero del pasaje. “No se preocupe, otra persona ocupó el lugar de su hija”.