Opinión

La piel como metáfora

La piel como metáfora

Hasta el octavo decenio del Siglo XX el color de la piel servía (así como hoy, aunque en menor escala) de exclusión —o disfraz— en el discurso social, convirtiéndose en una metáfora desdoblada que se utilizaba como expediente para separar y aislar, recordando el expediente abierto por la comunidad judía de Holanda contra Baruch de Spinoza, que logró expulsarlo de la sinagoga portuguesa de Ámsterdam bajo la acusación de “antijudío”.

Por eso, la inserción de la piel como un ardid para denigrar y, por lo tanto, para descartar una población con iguales méritos sociales, la equiparé a una metáfora construida desde la plataforma del racismo, y me retrotraje a como la enunció Aristóteles en la “Poética”, relatándola como “la aplicación a un objeto de un nombre que en realidad pertenece a otra cosa”, y cuya definición la amplió Paul Ricoeur en “La métaphore vive” (1975): “la metáfora es una predicación no pertinente en relación con la referencia habitual de los términos, y que genera así una nueva referencia, pero también un nuevo sentido, que se torna impertinente respecto del sentido literal”.

De ahí a que la piel —como metáfora— exceptuaba al excluido del ambiente social, imposibilitando su voz como presencia, y lo volcaba en inútiles búsquedas para aclarar la piel. Y ahí entraban, entonces, los blanqueadores químicos como pretexto, o coartada, para alcanzar cierto status.

Los laboratorios J.M. Hernández, de la ciudad de Santiago, producían y comercializaban el aclarador de piel preferido en el país: «Perlina», un blanqueador que aseguraba —según el laboratorio— un “blanqueo” radiante de la piel. Cuando Roberto Hernández, el director de aquella firma puso en mis manos la publicidad del producto en 1968, lo analicé, hice un estudio de mercado y creé una campaña protagonizada por la más afamada de nuestras modelos, la señorita Mary Rodríguez, quien luego se internacionalizó modelando para Oscar de la Renta.

Luego, en los 80’s, los blanqueadores de la piel volvieron al protagonismo social de la mano de Michael Jackson, y ahora, en los comienzos del Siglo XXI, de la de Samy Sosa, tal vez ignorando que la piel no es más que una cáscara mediante la cual cobijamos una complexión de carne y huesos, dirigida por una organización neuronal, cuyo fin histórico debería orientarse hacia la convivencia humana.

El Nacional

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