La tarde del viernes 12 de febrero alcancé a ver al expresidente Leonel Fernández a través de los grises cristales de su jipeta. Lo seguían en caravana otros dos vehículos similares a modo de escolta.
Presumí, por el trayecto imaginario del recorrido, viniendo de este a oeste por la avenida México, pasando en frente del Palacio Presidencial, que retornaba de su misión de supervisión electoral en Venezuela, donde acababa de reunirse, junto al expresidente colombiano Ernesto Samper con el presidente venezolano Nicolás Maduro.
Durante el fugaz momento que le contemplé parecía sumido en profunda meditación con aquel dejo de tristeza que no le abandona tras los dolorosos acontecimientos políticos que lo han perseguido desde su salida del poder en el 2012.
Los que últimamente han tenido la oportunidad de acceso privado al mandatario describen a un Leonel contrariado por las situaciones lamentables que le ha tocado vivir, al extremo de dibujar y plantear escenarios irreales de la situación nacional y del futuro inmediato de su carrera política.
Quien hasta hace poco se consideraba la mente políticamente mejor amueblada y rutilante estrella carismática del partidarismo local, ofrece a sus interlocutores la imagen de una suerte de perseguido, de víctima de una administración de gobierno que él contribuyó a forjar.
De algún modo también se siente traicionado por algunos de los que encumbró durante sus tres administraciones de gobierno, obviando que ascendió a la Primera Magistratura del Estado sobre la base de un esfuerzo mancomunado de los dirigentes de su partido que se ganaron el derecho de ser sus funcionarios.
Pese a la maledicencia, Leonel tiene un legado político y gubernamental inconmensurable. Es sumamente joven para la política; luce buen aspecto y estado físico. Sus íntimos aseguran que es celoso en el cuidado de su salud, no fuma y mucho menos toma alcohol. Su pasión la absorben la lectura, la academia y la política.
Entonces es bueno recordarle la frase reiterada de su líder el profesor Juan Bosch, parafraseando al apóstol de la libertad cubana JoséMartí: “Nunca la noche es más oscura que cuando va amanecer”.