En nuestro país las rémoras prevalecen y se perpetúan en el tiempo y el espacio, y una prueba de esto es que cuando creíamos superada la estrofa, “Limpiabotas, marrón y negro, por cinco cheles, te lo pongo nuevo”, la cual era habitual escucharla en calles, parques y avenidas a mediados del siglo pasado, aún persiste sin posibilidad de ser superada.
Qué pesada, costosa e incapaz es la burocracia dominicana. Gente van y gente viene en los puestos gubernamentales, y la sociedad luce como una fotografía: inmóvil, sin adelantos ni ascenso de peldaños. Los problemas más que superarse, se ratifican, convirtiéndose en un laberinto sin posibilidad de escapatoria, llevándonos esto directamente a la reafirmación del subdesarrollo y el atraso.
Como ejemplo de lo anterior está la cena navideña que realizó la gobernadora de La Romana, Jacqueline Fernández, con los limpiabotas de esa demarcación y un mensaje del presidente Luis Abinader, actividad que lo único que hace es confirmar en ese abominable oficio que condena a la juventud que “vive” de esa desgracia al confinamiento, manifestándose fehacientemente el atrapado e incierto destino de esos seres humanos merecedores de verdaderas oportunidades en su vida. Hay países en donde está prohibido el limpiabotas.
En un ejercicio de “ceguera futurista” la señora Fernández justifica el ostracismo a que ha sometido la sociedad y el gobierno a esos jóvenes diciendo que: “…la cena con los lustrabotas interpreta el sentir del presidente de la República, Luis Abinader, a quien definió como un mandatario que se preocupa por los segmentos vulnerables de la población”.
¿No resultaría más simple para la señora Fernández incentivar a los menores limpiabotas a acudir a la escuela, estimulando a sus familiares con dinero, y a los mayores enviarlos a institutos técnicos (carpintería, ebanistería, plomería, computadora), y que reciban incentivos monetarios?