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Lo que nos enseña el fallo de AWS

Lo que nos enseña el fallo de AWS

 Dependemos demasiado de la tecnología. Esto, lejos de ser una exageración, es la mera realidad, y nos damos cuenta de que hay un pro­blema serio cuando la caída de un servicio deja al mundo en crisis momentánea.

El escenario se ha visto en más de una ocasión, y la más reciente de estas tuvo lugar el lunes 20 de octubre, cuan­do AWS -la sigla de Amazon Web Services- presentó un fallo que se prolongó por más de 12 horas, afectando cada negocio y plataforma imaginable. Por supuesto, tratándose de un mundo no solo globalizado sino hiper­conectado, los efectos se sin­tieron en todas partes, con consecuencias que muchos ni siquiera previeron.

Así, por ejemplo, estudian­tes universitarios estadou­nidenses de repente se que­daron en la inopia, sin nada que hacer ni a quien acudir, todo por el uso extensivo y altamente dependiente de una plataforma llamada Canvas para gestionar ta­reas, material de lectura y comunicación con los pro­fesores. De igual forma, ser­vicios como Lyft y platafor­mas como Coinbase, Snap­chat, RobinHood, Reddit y Venmo se vieron afectadas. Tal fue el alcance de este «apagón» que hasta el Ban­co Lloyd’s de Londres quedó inoperante.

Si el relato luce conocido, es porque ya lo hemos visto, solo que no con AWS de pro­tagonista. Lo vimos cuando ocurrió el desastroso fallo de Crowdstrike en julio de 2024, y todo indica que se repetirá con una frecuencia cada vez mayor.

Siendo el caso que la tecno­logía es frágil y vulnerable, siempre a merced de acto­res maliciosos, errores pro­pios del sistema y fallos hu­manos que suelen ser invo­luntarios, ¿por qué insiste el mundo moderno en depen­der cada vez más de ella?

El mundo actual está im­pulsado por Internet, nube, aplicaciones, plataformas y, por supuesto, inteligencia artificial. Recursos físicos -como libros, por ejemplo- y alternativas manuales están desapareciendo. Cuando haya una debacle total que dure días o semanas, ¿qué pasará? Una gran parte de la población mundial está tan acostumbrada a lo automá­tico y a lo digital que muchos simplemente no sabrán qué hacer, y eso desencadenará un pánico global que, posi­blemente, nadie reporte por falta de mecanismos viables.

Este escenario, planteado y discutido sobre todo en cír­culos considerados cons­piranoicos, da grima, pero raras veces es tomado en serio. Quizás lo peor es que ya hemos visto pinceladas de lo que pudiera ocurrir, y un buen ejemplo de ello es el apagón que meses atrás afectó a España y a otras partes de Europa. La gente, acostumbrada a las como­didades ya mencionadas, se estaba volviendo loca.

Para que se tenga una idea de la magnitud de lo que se plan­tea, un tercio de los usuarios de Internet a nivel global in­teractúa con AWS. El fallo de la semana pasada afectó a por lo menos mil compañías y 150 aplicaciones, generan­do pérdidas millonarias por concepto de operaciones pa­ralizadas y productividad es­tancada. El fallo inició alre­dedor de las 5 de la mañana, hora del este, y no fue hasta después de las 6 de la tarde que se notificó el restableci­miento total del servicio.

Según Amazon, el fallo fue de DNS y se originó en el clúster de centros de da­tos ubicados en Virginia del norte. Curiosamente, se­gún reporta Reuters, esta es la tercera vez en cinco años que este clúster se ve invo­lucrado en fallos de cierta envergadura. Aun con la ex­plicación oficial, hay quienes no dejan de pensar en la po­sibilidad de que esto haya si­do producto de algún. En es­te punto, la buena noticia es que, según expertos, no hay indicios reales de que haya sido el caso. El fallo de AWS y sus conse­cuencias nos deben de poner a reflexionar, sobre todo en estamentos gubernamen­tales, respecto de la excesiva dependencia sobre recursos tecnológicos