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Maestra

Maestra

Pedro Pablo Yermenos

Fue recomendada a la familia con muchos elogios. Para colaborar en las tareas del hogar, la necesidad que se precisaba suplir, parecía estar por encima del promedio. Estaba terminando el bachillerato; de forma oral se expresaba bastante aceptable y su impresión general era buena.

 La pareja estaba entusiasmada porque, después de múltiples fracasos, creían haber encontrado la persona ideal que contribuyera con ella en las agobiantes tareas domésticas a las que ellos, por sus trabajos, podían dedicarles poco tiempo.

 A escasos días del inicio de la experiencia, las cosas empezaron a desentonar. Lo primero fueron los mensajes escritos en la libreta al lado del teléfono. Lo segundo, la lista del supermercado. —Le yamó Berquis—, fue el impacto inicial —Sevoya, aullama, uebos, poyo, Haguacate—-, fue el siguiente.

 Tuvieron que acostumbrarse a su caligrafía, pero estaban tan contentos con las cualidades que le adornaban y la forma eficiente en que desarrollaba sus funciones, que no reparaban en eso que, en sus circunstancias, era un pequeño mal. Después de todo, el acervo cultural no formaba parte de los requisitos necesarios para lo que requerían su colaboración.

 Transcurrió el primer año y estaban fascinados con la ayuda invaluable que recibían de una persona que, salvo sus ostensibles limitaciones académicas, resultaba perfecta  en el contexto de la vida de sus empleadores.

La maestra que no sabía escribir

En esas estaban cuando inició la campaña electoral y resultaba evidente el entusiasmo inusual que se apoderó de la eficiente empleada. El asunto llegó a tal extremo, que decidieron preguntarle qué motivaba tal euforia. —-Soy cuñada del candidato a alcalde del municipio del sur de donde es mi familia—- respondió con una ilusión que se le reflejaba en su cara de gente buena.

 Llegó el día de las elecciones y con él la felicidad a la vida de esa pobre mujer a la que tanto cariño le supieron tomar los dueños de una casa que la habían acogido como su tercera integrante. Su cuñado era el nuevo alcalde de la ciudad.

 Apenas un mes después la alegría se convirtió en angustia. No encontraba la manera de informarles que no continuaría en su trabajo. Su integridad era tan grande que le dolía el alma tener que dejar de cooperar con dos personas por la que tanta gratitud sentía. Una noche se llenó de valor y lo soltó de golpe: —Me nombraron maestra en la escuela primaria de mi pueblo—-