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Mario Vargas Llosa, el sobreviviente

Mario Vargas Llosa, el sobreviviente

Cuando la sociedad de los grandes gestores, cual sea el ángulo en que se le piense, se constituye en espectáculo, debería llamar a “pensar” sobre sí misma y en lo que está haciendo de los que son sus imitadores.

La sociedad del espectáculo prima sobre la sociedad de pensamiento ni decir la ideológica. Esta última no está de moda. Todo el mundo quiere llamar la atención sobre cómo se mueve el trasero, aun sin hacerse una cirugía para agrandarlo.

Ser el dueño de la comidilla por un día, recibir como se dice por aquí, recibir todos los “cuartos del mundo” por movimientos que no tienen nada que ver con la cabeza sino con las partes genitales. Estamos feos para la foto.

Que le ocupen la cabeza al “pensante” por un farandulismo, da qué pensar y que en la parte que nos toca de este lado, por un representante honorable y octogenario, sobreviviente escritor, no porque él lo decidió, sino por su buena vida y porque el diablo protege a sus hijos, vuelvo a la frase: da qué pensar.

Mario Vargas Llosa, el sobreviviente
Mario Vargas Llosa

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Saltar en semanas de un escándalo de bragueta y vagina, con toda la hilaridad que esto puede provocar en el bajo fondo del seguimiento, porque podría darnos en darle seguimiento, “a las malas”, a la seriedad de un ascenso como miembro, ¿bien merecido? a una Academia vetusta y refugiadora de una intelectualidad que viene a ser como irse en yola a Puerto Rico, uuummm… ¿Ese es el legado que nos va a dejar Vargas Llosa, a quienes lo admiramos por su capacidad de armar novelas para leerlas como si fueran cómics? Parece que sí.

Y ha dado un buen ejemplo, que si usted, escritor, que se vislumbra en sus sueños de Pilarín en ser reconocido por otra lengua en admiración sin calificativo como Vargas Llosa, casi esté seguro de que será admitido en su honorable Academia, y en ese desplazamiento practicar el:“Donde dije Diego dije…” ¡Adelante! En su vida de pensamiento.

Si los buenos lectores recuerdan la primera edición de su Orgía perpetua (1975), que es la que abre paso a la exaltación presente, las citas sobre la obra en cuestión estaban en francés sin nota al pie de página en la traducción, con todo y ser una línea de la editorial que la publicó (¿dominaba la lengua analizada con entusiasmo?).

Lo que nos llevaría a la siguiente interrogante: ¿Y Vargas Llosa qué es? No es el genio de nuestra lengua. Es el sobreviviente.

Nada más. Con el perdón de los vargallosianos, no vale una línea metafísica de Borges, que se merecía pertenecer a la Academia Francesa e inglesa, entre otras, si fuera por uno que otro ensayo dedicado a sus grandes.

En el caso de Borges, con todas las paradojas que se puedan concebir, contrario a Vargas Llosa.

A este hay que dejarlo en su desplazamiento de tiburón, de sobreviviente del honorable y nunca suficientemente admirado Boom.

Si hubiese alguien merecedor de estar en la Academia Francesa, además de Borges, sería Octavio Paz, quien nunca llegó a la pleitesía del Vargas Llosani a ningún escándalo tras la publicación de un libro de índole personal, tal el caso del cuento de confesión que ha dado que decir al balbuceo de la prensa rosa, roja y amarilla de su vida privada, para aumentos en venta de sus libros.

Los escritores de América Latina siempre han sido incondicionales, espiritualmente, de la lengua francesa; su segunda lengua para el imaginario.

Así ha sido desde nuestros procesos independentistas, pero sin cruzarles nunca a esas cabezas que la sueñan, ser reconocidos por esa lengua.

Esta euforia vargasllosiana del farandulismo literario en su máximo esplendor, parecería planificada, pues saltar de la bragueta a la cabeza y viceversa, hasta disolverse en un remolino octogenario de tener siete rezos ya cantados en latín y sin oír ninguno por la edad, es un buen legado para quienes lo admiramos y tener bien ordenaditos sus libros para hacerse una fotografía en una pose y decir: ¡Cóño! Hay gente que no debería morir, ad aeterno.

Por: Amable Mejía
El autor es escritor.

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