Semana

De prisa o despacio debe reinar el equilibrio

De prisa o despacio debe reinar el equilibrio

Quien es capaz de detenerse, por despacio o aprisa que vaya, fácilmente se daría cuenta de que se anda más de prisa que la vida misma y buscarle explicación en la propia vida es el pozo y también la “salvación”. Si se está dentro del pozo, para qué intentar otro movimiento.

En el pozo, el movimiento es circular. Desde su sabiduría ya Séneca señalaba: “La extrema prontitud se embaraza a sí misma”. Nuestro tiempo adolece de esta sentencia.

Aprisa o despacio tienen la misma connotación a como mecánicamente o espiritualmente hayamos asumido movernos, asumir nuestras vidas de paso, porque la otra está en el plano espiritual como consuelo.

Despacio, aprisa, ya no depende del propio accionar sino del medio en que nos desenvolvemos, de la vida que elegimos dormidos o despierto por nuestras ambiciones y por qué no, por el destino. Al destino le encanta el empecinamiento sobre lo que tarde que temprano nos siquitrillará.

También te podría interesar: Decálogo de un mal cuentista

Ir moderadamente en la vida es como estar en una barca mar afuera. Por más que se conozca de navegación la zozobra interior permanece. Así es la vida, las metas, los valores tradicionales.

Aprisa o despacio depende de nosotros mismos, de nuestra apetencia de dominio exterior o interior. La luz del día es demasiada imponente para negársele nada. Somos hijos de la luz, para nuestra propia destrucción.

En aprisa o despacio tiene que prevalecer el equilibrio. No hay que esperar que lo aprisa nos obligue a andar despacio y el despacio querer corregir la prisa. Cualquiera que elijamos sin sentido común o sabiduría, pagaremos las que debemos con perder una proporción de la vida a vivir, por vivir.

La prisa está repleta de paradojas: pagamos para ir de prisa, no para ir despacio, pero continuando con la paradoja, si se hace despacio nos sentimos engañados.

Lo extraño es que no le pagamos a nadie por un servicio para que lo haga despacio; pero hay una paradoja en lo anterior, que aún se pague para que el otro haga algo en un tiempo, si lo hace antes de tiempo que ponderamos, creemos que fuimos engañados.

Vivimos en el tiempo de la prisa, de que todo tiene que ser rápido. Estamos adictos a la prisa porque todo es una cadena y lo que no podemos que vaya a ritmo de nuestro desear, con causa o sin ella… pensamos que estamos rezagados.

Como la prisa se ha adueñado de nuestro ser, de nuestro devenir, así como la asumimos nos deshacemos de ella y esos desechos se convierten en nuestra carga para ir despacio, pero para nuestra desaparición.

La prisa se ha convertido en nuestro verdugo e ir despacio lo lento para subir al patíbulo.

¿Se aprende a ir despacio o aprisa por el hecho de saber lo que se está haciendo o con lo que se está cargando por el otro, o el otro lo carga por uno? Nuestro entorno valora la rapidez para “castigar” por ir demasiado aprisa.

Cuando “obligamos” a que el otro camine, cargue, ejecute, seamos su medio para andar al paso de quien paga y no valoramos el tiempo racional que se lleva cada cosa, estamos socavando la vida del otro y la de nosotros mismos. Pagamos más para que algo sea en el tiempo de la prisa, no pagamos para que se haga más despacio.

Aprisa o despacio, la cara o cruz al lanzar la moneda al aire, pero al caer nada más tiene una sola cara, y es la moneda con la que se pagará el transfer del río Estigia, despacio, por supuesto.

Por: Amable Mejía

El autor es escritor.

El Nacional

La Voz de Todos