Reflexión sobre un lamento
En este país hay gente, posiblemente mucha, que cree “a pies juntillas” que mi visceral y nunca disimulado antipeledeísmo, es necesariamente extensivo a ese prócer de la república y eximio intelectual del universo que en vida se llamó Juan Emilio Bosch y Gaviño.
Nada más subjetivo; y, por vía de consecuencia, alejado de la verdad histórica. Lo que en realidad sucede es que, no obstante haber renegado de sus principios, los émulos del “Judas no calumniado” sin pudor alguno se empeñan en envilecer cada día el nombre del autor de “La Mañosa”, asociándolo a la corruptela que campea a todo lo largo y ancho del país.
Sin embargo, por más sofistas y amigos de los eufemismos ridículos que sean los apóstatas del pensamiento y de las enseñanzas del ilustre Profesor, jamás podrán justificar el aberrante proceder de aqueo de la nación en nombre de un zarandeado pragmatismo que ya no aguanta tanta infamia. ¡Santísimo, cuánta avaricia!
Si de algo les sirve a los conversos del boschismo auténtico, les hago saber que la simpatía y la admiración por ese símbolo de la lucha democrática dominicana, antes y después de la Era de Trujillo, se enraizaron en mi fuero siendo un adolescente de apenas 14 años.
La curiosidad me asedia por saber en cuáles pasos andaba entonces, el suertudo que ahora se cree un predestinado. Sobretodo porque a pesar de haber sido víctima inocente de los remanentes del régimen, comprendí que ciertamente Trujillo supo gobernar, como con propiedad irrefutable afirmara Juan Bosch; no obstante ¡increíble! él mismo con los hechos desmintiera su afirmación.