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Mujer corajuda

Mujer corajuda

Pedro P. Yermenos Forastieri

Su espíritu batallador brotaba desde su adolescencia. Parecía dispuesta a superar, costase lo que fuese, adversidades decretadas por su nacimiento, impuestas por obra y gracia de injusticias sociales.
Era la primera en su clase de la escuelita del barrio.

Único lugar donde podían inscribirla sus padres, empeñados en contribuir a que se superara, conscientes de su tremendo potencial.

Sacrificio enorme para ellos, compensado por positivos resultados.

Al finalizar el bachillerato, entabló relación sentimental con un compañerito de aula, tan prometedor como ella, lo que produjo alegría a sus progenitores, temerosos de que los riesgos de la marginalidad la arrastraran por caminos indeseados. Él tenía una habilidad natural para trabajar la herrería y su fama no paraba de crecer.

Se casaron poco tiempo después y ella quedó embarazada en los días en que él consiguió una excelente oportunidad en una islita del Caribe, donde se estableció solo mientras hacía gestiones para llevarla consigo. La noticia la dejó paralizada. Fueron altas las posibilidades de abortar cuando supo del fatal accidente de tránsito donde perdió la vida el hombre al que tanto amaba.

Ni esa tragedia aniquiló su espíritu indoblegable. Continuó adelante. La criatura que llevaba en su vientre se convirtió en el motor que impulsaba sus esfuerzos. Sus padres fueron soporte imprescindible en las nuevas batallas que decidió librar.

Cuando su hija iba a cumplir diez años, consiguió una pareja, no con tantas cualidades como la primera, pero al menos le acompañaba en las duras faenas que llenaban sus días. Se instalaron en un pequeñito apartamento en el segundo nivel de la casita de sus padres. Ella no quería perder el invaluable apoyo que ellos le ofrecían, cuya necesidad aumentaría cuando naciera su segunda descendiente.

No hubiese deseado acontecimientos tan precipitados, pero los imponderables de la vida suelen trastocarla cuando menos lo esperas. Tuvo que conseguir un trabajo que le permitía asistir solo los días en que su mamá podía quedarse con las niñas.

Al regresar de laborar pasó, como siempre, a recoger las hijas donde sus padres. Apenas llegando, sintió el olor a humo proveniente de la parte alta de la casa. Al subir, las llamas impidieron entrar.

Más sirvió la solidaridad de los vecinos que la tardía presencia de bomberos con tantas precariedades como el lugar del siniestro.

Allí no quedó nada rescatable, salvo el coraje de aquella mujer que, en medio de escombros, juró que resurgiría de las cenizas.