Cuando todo estaba perdido en el frente de batalla, un combatiente le llevó a Francisco del Rosario Sánchez un caballo para que escapara del lugar.
Herido, se negó a y pidió que el caballo fuese dado al trinitario Juan Pablo Pina, que también estaba herido, según narra mi profesor, el historiador Roque Zabala.
No quiso dejar a sus soldados presos, heridos. Estaban ahí, en El Cercado, luchando contra el general Pedro Santana y los españoles, para restaurar la Independencia porque él (Sánchez) los convocó.
Zabala narra que el fusilamiento de los revolucionarios fue una verdadera carnicería: se acabaron las balas del pelotón y entonces los mataban a machetazos y palos.
Un soldado español, pasmado con la crueldad de los soldados santanistas, gritó: “¡en España no fusilamos así!”.
Sánchez era sobrino de la independentista María Trinidad Sánchez. Y en 1823 su padre, Narciso Sánchez, se integró a la “Revolución de Los Alcarrizos”, un movimiento que trató de enfrentar la dominación haitiana en sus inicios.
El presidente haitiano Jean Pierre Boyer, al descubrir la conspiración, decretó fusilar a los involucrados en el complot.
Sánchez (el patricio) nació el 9 de marzo de 1817 (hace 205 años) en Santo Domingo, en la calle de El Tapado, casa número 15, actual 19 de marzo. Su madre fue Olaya del Rosario de Belén. Era, según la historiadora Celsa Albert, una negra esclava que caminaba descalza y que por esta condición a su hijo no le querían reconocer sus méritos como Padre de la Patria.
Olaya era autodidacta, fue la primera en educar a sus hijos en el hogar. Francisco no llevaba el apellido Sánchez de su papá: sus padres no se habían casado. El matrimonio se consumó por recomendación de María Trinidad Sánchez.
Francisco fue el primogénito de 11 hermanos, entre los cuales se destacó Socorro Sánchez, reconocida educadora.
Cuando iba a ser fusilado, Sánchez, como estaba mal herido, pidió a un joven (Avelino Orozco) que lo ayudara a ser envuelto en la Bandera Nacional.
Y proclamó: “para enarbolar el pabellón dominicano fue necesario derramar la sangre de los Sánchez; para arriarla se necesita de los Sánchez. Puesto que está resuelto mi destino, que se cumpla. Yo imploro la clemencia del Cielo e imploro la clemencia de esa excelsa Primera Reina de las Españas, Doña Isabel II, en favor de estos mártires de la Patria… para mí, nada; yo muero con mi obra”.
Por: Roberto Valenzuela