Musical antesala del paraíso
Cuando este artículo sea publicado, habrá finalizado la Temporada 2016 de nuestra Orquesta Sinfónica Nacional.
En mi condición de melómano disfruté de todos y cada uno de los conciertos ofrecidos, como parte de un programa bien elaborado, tanto a nivel de intérpretes solistas, como de orquestación y piezas musicales escogidas.
El concierto inicial de la temporada tuvo como protagonista a un diestro artífice del piano, el ucraniano Vadim Kholodenko, ganador de la medalla de oro de la competencia internacional del instrumento, el Van Cliburn del año 2013.
Previamente había obtenido primeros premios en los concursos Schubert, en Dortmund, Sendai en Japón, y María Callas en Grecia.
El joven intérprete sorteó con sensibilidad y destreza la dificultad contenida en la abundancia de notas del hermoso concierto Número 2 del compositor ruso Sergei Rachmaninoff.
Fue tan impactante la admiración producida en el auditorio, que la prolongada y estruendosa tanda de aplausos que recibió, motivó varias salidas del artista hacia el escenario para agradecer el cálido homenaje.
Mi buen amigo el Director Emérito de nuestra sinfónica, emocionado, calificó la actuación de Kholodenko de histórica, en lo que fue secundado por la crítica de arte y melómana, Carmen Heredia de Guerrero.
Huelga destacar la conducción vigorosa, apasionada y comunicadora de emociones estéticas del director José Antonio Molina, porque es algo tácito, sobreentendido, y hasta pleonástico.
En el segundo concierto resultó gratificante para mi fibra nacionalista el debut de un joven músico dominicano, director asociado de nuestra máxima agrupación orquestal, Guillermo Mota.
Esa gratificación resultó duplicada, debido a la excelente interpretación que realizó el violinista criollo Antonio Rincón del Concierto de Aram Khatchaturian.
Algo que atrapó de manera poderosa mi atención fue la confiada seguridad exhibida por el que se perfila como un potencial ganador de premios en concurso del instrumento de cuerdas.
Esto adquiere visos de realismo premonitorio cuando en el programa impreso de la temporada aparece una trayectoria espectacular de la carrera del ya experimentado intérprete.
José Antonio Molina retomó la batuta en el tercer concierto, donde la hermosa flautista Alaima González se unió al afamado arpista André Tarantiles para transitar el paradisiaco sendero melódico del concierto para ambos instrumentos y orquesta, de la fértil vena creativa de Mozart..
La pieza musical no es de aquellas que calan en el gusto de la mayoría de quienes la escuchan en primera audición.
Pero por la armonía de los tiempos y temas que lograron los solistas en su versión interpretativa, lograron que el público asistente se mostrara generoso en la duración de la sonoridad de su batir de palmas.
El cuarto concierto tuvo como coprotagonista al suprasensible, temperamental, irresoluto al margen de su egocentrismo, el genio musical alemán Johannes Brahms.
Asumió este rol con el Doble concierto para violín y chelo en La Menor, y su Sinfonía número 1en Do Menor.
Para la interpretación del chelo estaba pautado Jonah Kim, de merecida fama mundial, pero no pudo cumplir el compromiso por causas ajenas a su voluntad, siendo sustituido por la colombiana Chistine Lamprea.
Esta no defraudó al auditorio cuando unida a la laureada violinista Coreano Americana Kristin Lee, y con gestualidad vigorosa, mostró la autosuficiencia válida correspondiente a su conocimiento de la obra.
Contribuyó al éxito de este desafío musical la siempre acertada conducción del maestro Molina, durante un concierto abundante en complejos y variados pasajes disímiles.
Como debí enviar al periódico El Nacional esta colaboración, como máxima tardanza el pasado miércoles, no pude incluir en ella el quinto concierto protagonizado por la admirada soprano dominicana Paola González.
Ella, y debo escribirlo en tiempo pasado, interpretó, seguramente de manera exitosa, el Concierto para Soprano Coloratura, de Reinhold Gliere.
Lo afirmó, porque nuestra sinfónica luce cada vez más acoplada, y en esta ocasión actuó bajo el mando del reconocido director, compositor y chelista Kenneth Woods.