Es posible que en toda la historia de Estados Unidos no hubiera unas elecciones que hayan desatado tanto pánico como las del próximo 8 de noviembre. El proceso para elegir a los 570 delegados que escogerán al sustituto de Barack Obama ha estado marcado por las incógnitas y el miedo.
La consigna de “si, se puede” con que Obama se convirtió en el primer gobernante negro de la nación más poderosa del planeta ha adquirido otra connotación ante las posibilidades de que el magnate Donald Trump pueda convertirse en el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Por tanto, el recurso que se ha empleado para evitar que se alce con la victoria un político que no tiene empacho en decir lo que piensa es el fantasma del miedo.
Si bien ha sido sistemática la campaña contra un candidato cuyo principal pecado es no ocultar sus sentimientos y decir lo que piensa, que no engaña a nadie con falsas poses, abundan las aprensiones, que el Brexit en Inglaterra y ahora el “no” en Colombia amplifican con más intensidad. ¿Pero basta solo para evitar su triunfo exhibir la imagen monstruosa que sin duda él ha contribuido a crearse? .
El miedo tiene otros componentes. Trump no será un político de buenos modales ni de citas históricas, de esos que callan ante problemas embarazosos para evitar comprometerse, pero tiene a su favor que es un empresario que ha sabido imponerse a las adversidades. En el mismo proceso para elegir el candidato republicano no se le veían mayores posibilidades y ninguna encuesta jamás lo dio entre los favoritos para ganar la nominación. Ese Trump que hoy asusta inició su campaña con el mismo discurso que lo ha identificado.
Quienes buscan atajar a como dé lugar al candidato republicano están en un gran dilema. El miedo no ha despejado la incógnita o allanado el camino para una segura victoria a la demócrata Hillary Clinton. Que aparezca arriba en muchas encuestas y que haya ganado el primer debate no son ninguna carta de triunfo.
Ella no acaba de convencer. Si los electores saben muy bien por qué no votarían por el republicano, en realidad no saben el porqué lo harían por ella. Tal vez consciente de esa realidad, en lugar de conquistar al electorado con mensajes que motiven confianza, su estrategia ha sido agitar el fantasma del peligro que representaría para Estados Unidos y el mundo una victoria de su rival en las urnas.
Con instituciones tan sólidas cuesta aceptar que ningún gobernante pueda poner en riesgo el sistema. Ahora mismo se ha visto que decisiones como la adoptada por Obama para evitar la deportación de más de cinco millones de indocumentados han sido anuladas por la Justicia, sin generar conflictos de poderes ni crisis de gobernabilidad. Desde ese punto de vista el miedo a Trump es muy vulnerable. Trump no debería ganar, pero es una posibilidad.