El merengue casi muerto y mal defendido
Yo que me considero un melómano empedernido, que he consumido miles de horas escuchando música de todo tipo, me atrevo a participar de la discusión que se da actualmente en torno a la preocupación por la posible desaparición del merengue, el llamado ritmo nacional.
El gusto por la música obedece a un estado espiritual, y la preferencia por un género en específico, implica una serie de condicionantes culturales y sociales.
Mucha agua ha corrido desde el Compadre Pedro Juan, de Luis Alberti, o el Salve San Cristóbal, hasta el “El Guardia del Arsenal”, de Luis Díaz, aterrizaran en el acetato y fueran éxito musicales, y el merengue se ha mantenido con sus altas y sus bajas, pero actualmente no hay que ser ningún especialista en la materia para saber que está en su punto más bajo.
El destacado músico Ramón Orlando, una de las figuras señera de los 80 en el género del merengue, ha dado la voz de alarma, y como quien se ahoga, de forma desesperada ha procurado un salvavidas para el género. Ha pedido que el Estado ceda dos emisoras para que se toque específicamente merengue.
Creo que no ésta no sería la solución para rescatar el merengue. El merengue debe rescatarse así mismo, y los creadores debieran ser los adalides. La imposición en el arte genera rechazo. Por el hecho de que se toquen a diario merengues en determinadas emisoras, eso no se traducirá en que crezca una predilección por el género.
El gusto en el arte es cuestión de selección, espontaneidad. Los merengueros, viejos y jóvenes, deben asumir el reto de la creatividad para poder mantener el merengue a flote, para que el mismo pueda cruzar con éxito hacia las nuevas generaciones.
Creatividad es la palabra clave. Es la llave que abrirá las puertas para que las generaciones se hagan admiradores del ritmo. Que yo recuerde hace más de diez años que no se produce un merengue del color o la tesitura de Las Vampiras de mi tierra”, del genial Luis Díaz.
Los géneros musicales encuentran sus formas particulares de revitalizarse. El fado no va a desaparecer en Portugal ni ha sufrido gran merma, el reggae de Bob Marley ha continuado en el gusto del público, la balada pop estadounidense ha encontrado sus naturales y estupendos relevos, el mariachi mexicano mantiene una salud que puede considerarse más que buena en el mundo, la música country en los Estados Unidos cada vez pare auténticos exponentes, y la lista se haría larga.
En ninguno de esos países nadie ha alertado de que esos géneros están en peligro de desaparecer. Sus exponentes más destacados, viejos y jóvenes, se han mantenido produciendo obras que son del público, y que traspasan las barreras de la edad, el sexo, la raza y el tiempo.
Esos ritmos se han adecuado a la realidad de mercado, han encontrado la forma más inteligente de poder penetrar los mercados nacientes y a juventudes veleidosas.
En el merengue no ha sucedido lo mismo, éste se ha quedado paralizado en el tiempo, no ha podido sumar los colores de ésta a sus nuevas composiciones, el mismo compás pretender mover unos pies y unas almas, insertadas en una distinta modernidad.
Ramón Orlando debe entender, aunque le duela, que los medios de comunicación han cambiado, que ya la gente selecciona los canales a ver, y las emisoras a escuchar, y que hay un mercado preponderante y poderoso: el you tube. Ahí se cocinan los artistas los éxitos musicales, y ni hablar de las redes sociales donde el movimiento que se da en ese sentido es impresionante y determinante para establecer plataforma y proyectar nuevos artistas.
El mercado no es el antes que desde arriba los dueños de emisoras pautaban lo que el público escucharía. Ahora el receptor es el buscador, el creador, el productor, de lo que quiere escuchar. La dictadura ha terminado, y no sólo en el campo de la radio, también en el de los medios de comunicación.
El éxito tiene un misterio en la canción, y es la calidad, la sintonización exclusiva con quien la escucha, con quien la hace suya en términos esenciales.
Se han barajado varias tesis para buscar soluciones. Pero si los merengueros y los compositores del género siguen creativamente muertos no habrá solución. Posiblemente como ha profetizado Ramón Orlando, se irá a pique.
Y es que no producen desde hace años algo interesante. Voces estupendas andan por ahí que no se reinventan. Alex Bueno, Sergio Vargas, Fernando Villalona, Maridalia Hernández, son intérpretes con capacidad y talento para realizar magníficos trabajos que conecten con un público nuevo.
De la misma manera que sería un absurdo que aquel que no sabe nadar pidiera que se sequen los ríos y los mares para abortar las posibilidades de ahogarse, de ese mismo modo es contraproducente e ilógico pensar que se puede salvar el llamado ritmo nacional obligando a emisoras a tocar merengues por un tubo o a determinados días o horas.
El merengue está a punto de morir. Ojalá que el médico que le traigan para salvarlo no se lleve del diagnóstico errado que han dado algunos especialistas. A crear se ha dicho, y a dejarse de lamentar, debe ser la consigna.