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Quintaesencia: Límites del poder

Quintaesencia: Límites del poder

Rafael Leonidas Ciprián

La vocación natural de todo poder es desarrollarse y fortalecerse mucho más allá de su condición, en cualquier momento y sin importar las circunstancias. Y para lograr su objetivo, que es un imperativo ineludible, no se detiene ante nada ni nadie que le parezca vulnerable o fácil de vencer.

El poder siempre tiene una disyuntiva atroz: crece o muere. Es su destino. El grito implacable de su naturaleza.
Sabemos que el poder es siempre una maquinaria que depende de quién lo maneja, si posee el talento para hacerlo. Pero si no lo tiene, entonces las estructuras del poder se revelarán contra el que lo representa.

A partir de Michel Foucault, la conceptualización del poder dio un giro copernicano. Ya no está concentrado. El poder es difuso. Está en todas partes. Y se manifiesta en el que puede hacer y ordenar hacer, impedir o prohibir que se haga algo.

Max Weber teorizó sobre la ética de la responsabilidad del poder, como fuente de legitimación. Y hasta El Hombre Araña lo popularizó cuando afirmó que todo gran poder genera una gran responsabilidad.

Para el padre de la ciencia política moderna, el florentino Nicolás Maquiavelo, en su célebre obra El Príncipe, el poder no debe tener límites ni en sus objetivos ni en sus recursos. Por eso afirmó que el fin justifica los medios.

Sabemos que el poder, sin importar su trascendencia o dimensión, debe ser limitado por otra u otras fuerzas. Sobre todo el poder del Estado, que es el que más nos interesa.

El gran filósofo alemán, Friedrich W. Nietzsche, aseveró que el Estado es el monstruo más frío de todos los monstruos fríos. El poeta y Premio Nobel mexicano Octavio Paz lo llamó el Ogro Filantrópico. Mientras que Thomas Hobbes lo caracterizó como El Leviatán.

Ciertamente, el poder del Estado es el superior y más peligroso. El autor del gran poema Piedra de Sol lo sabía. El Estado tiene la obligación de ser el gran garante de los derechos fundamentales, en su imagen filantrópica, pero es el mayor violador de esos derechos, que implican la dignidad humana, en su realidad de ogro.

Formalmente, el Estado, en todas sus manifestaciones, está y debe estar limitado por la Constitución y las leyes. El ordenamiento jurídico es el freno del Estado. Y las personas ejercen las garantías de la dignidad humana y demás derechos fundamentales para defenderse de las embestidas del Estado.

Y, más aún, el Estado Social y Democrático de Derecho, como está proclamado en el artículo 7 de nuestra Ley Suprema, solo puede hacer aquello que la ley lo faculta o le ordena, debido a que está sometido plenamente al ordenamiento jurídico. Así lo consagra el artículo 138 de la Carta Magna.

Por tanto, el poder del Estado tiene por límite la dignidad humana y los demás derechos fundamentales.