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Reflexiones al son de un tambor desfondado

Reflexiones al son de un tambor desfondado

He cambiado tanto y tan rápidamente que el silencio que ayer me ayudaba a crecer, ahora quiere volverme loco”. He escrito por ahí, en notas de caminante para no perder el juicio. Lo anterior para traer al cuento lo siguiente:

Al ir envejeciendo o hablamos más de la cuenta o queremos estar en silencio y quien nos acompaña quiere que continuamente estemos hablando, ¿del pasado o del presente? Al envejecer el futuro es incierto, no porque siempre lo sea, sino porque las posibilidades de vivirlo, digamos plenamente, son tan inciertos, sino nos abruma va a depender de nuestro carácter.

De joven se puede pecar de tonto, y posiblemente salir ileso, no así en la adultez.

Eso me hace rememorar que un tiempo ante de mi niñez el niño quería crecer para tener los “privilegios” que veía en los adultos que les rodeaban; ahora el niño quiere seguir siendo niño “eternamente” para lo que le conviene; como el adulto quiere mantenerla a las malas.

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Hay que obligar, a punta de pistola, a los adultos que ya se creció y que conservar actitudes y comportamientos de niñez tan solo no es ridículo, sino que el único que no cree que está haciendo del poco crecido el protagonista del mismo. No sé qué pensar y es mejor que no lo haga cuando ese tipo de escenas, mal actuadas, dan contra la cara sin tener cara.

Si no asumimos la edad en que se vive, lo que incluye desde la forma de hablar, vestir y comer, las huellas que dejamos no nos van a servir para nada. El hombre es su propia reflexión y proceder.

Nuestro entorno ha caído en el plano del striptease, del performance, en la actuación de sí mismo que sin a asco no alcanza es porque somos esto último sin pudor sin autocritica. Para señalar un detalle que nos resguarda del ridículo. Si nos descuidamos y cuidado, hasta nuestra sombra se aparta del cuerpo y hace cosas que el cuerpo, en cualquier orden del pensamiento, de nuestra conducta, de nuestras profesiones, de nuestras familias, caemos en conducta reprochable, aunque pensemos lo contrario.

Indudablemente que se les puede buscar su origen, por si acaso se piensa cuál es su origen y podría ser el cambio experimentado de no tener nada a tener algo; de no poder hacer nada a hacer algo; de estar sano a estar enfermo. Pues estar enfermo nos arroja a una fe que podrían ser aquellas pesas que se les colocaban al hilo, más para arriba del anzuelo para que se mantengan en el territorio intermedio donde el pez se desenvuelve en el río. El pez, las pesas y el hilo somos nosotros mismos, incluyendo el pescador.

Un poeta que fundó una manera de sentir al dolor, la incertidumbre y la alegría para la poesía del subsuelo del hombre y por ende del pensamiento, parafraseándolo, se decía así mismo: “Tengo un miedo terrible de ser un animal…” y yo diría es preferible al caer en el performance y striptease de nuestros congéneres de fe.
El autor es escritor.

Por: Amable Mejía
amablemejía1@hotmail.com

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