Hay ocasiones en uno quisiera no alarmarse, ni preocuparse por algunas de las cosas que suceden en el país, debido a su carácter rutinario después de la desaparición de la tiranía.
Sin embargo, a menudo ocurren hechos tan escandalosos que uno no puede menos que escribir sobre ellos, con la secreta esperanza de que alguna autoridad ponga coto a tanta desvergüenza. Hemos llegado a un punto en que un escándalo tapa otro escándalo, en una sucesión que lleva casi al olvido.
Sabemos que el gobierno hace esfuerzos por controlar los desmanes, pero siempre queda la impresión—“percepción” se dice ahora—de que las medidas que se toman son inútiles: sigue la delincuencia común y de cuello blanco; los abusos de poder por parte de algunas autoridades y los asesinatos de mujeres, cadena de acontecimientos que distorsionan con razón la imagen del país en el extranjero.
Es preocupante escuchar que fuerzas poderosas estimulan a un ex convicto por narcotráfico a formular graves acusaciones contra una figura política de gran incidencia en la vida nacional, sin más pruebas que su palabra.
Hace algunos días, la prensa reseñó el preocupante caso de que en uno de los cuarteles de la policía de Santiago y La Vega se usan bastones eléctricos para arrancar confesiones a los detenidos, instrumentos que se utilizaban en el país hace casi más de medio siglo, contra una generación de jóvenes que fue determinante en la lucha para erradicar la tiranía de Trujillo. Ni las autoridades, ni la prensa, han alertado como se debe a la opinión pública acerca de tal procedimiento antidemocrático.
¿No debe mover a preocupación que se premie con una pensión a varios oficiales de la policía involucrados en la “desaparición” de 1,200 kilos de cocaína, hecho que constituye un delito criminal?
Es increíble, además de preocupante, que una policía turística incaute un violín a un joven que junto a otro con una guitarra, se gana la vida tocando en la Zona Colonial, donde los turistas le regalan algunos pesos.
Ese hecho, que atenta contra la cultura, no se justifica, aunque se explica porque esos policías parece que jamás han ido o visto en alguna película los músicos que en Europa se ganan la vida tocando el violín en sitios públicos. En el caso que comentamos, el Ministro de Cultura actuó y devolvió el violín a su legítimo dueño.
La única manera de poner fin a tantos desmanes es intensificando la educación, pero además con la prédica constante los ciudadanos tienen derechos consagrados en la Constitución, además de los deberes que la misma consigna.