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Tribunales electorales y democracia

Tribunales electorales y democracia

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

La democracia está en crisis. Es una circunstancia que preocupa a quienes tienen conciencia del peligro de esa situación y de las consecuencias que puede acarrear.

Lo paradójico es que ese declive democrático se produce junto al consenso de que, en teoría, no existe mejor sistema para propiciar una sana convivencia.

Lo anterior invita a reflexionar para descubrir qué está ocurriendo, que los ciudadanos están desechando al régimen político al que mejor valoración asignan. Una conclusión de ese análisis permite afirmar que el desencanto no es con el sistema, sino con sus resultados.

Lo anterior conduce a abordar precedentes identificables como etiologías que desembocaron en este presente preocupante. Cualquier listado de posibles razones del deterioro democrático, debe colocar en primer lugar la desigualdad que abate a la mayoría de habitantes de muchos países, de manera especial los de América Latina que, aun acusando menor pobreza que África, tiene más elevados niveles de desigualdad.

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Esas diferencias socioeconómicas, coinciden con la era de las tecnologías de la información, en la cual, conocer los acontecimientos que ocurren, tarda poquísimo tiempo y eso ocasiona que las personas estén enteradas del curso de la humanidad.

Para agravar la situación, eso genera que poblaciones depauperadas estén al día de los hábitos de consumo a los que muchos tienen acceso y, como es natural, se despierta en ellas el deseo de ser beneficiarias de su disfrute. No obstante, al tiempo de querer ser consumidoras, se enfrentan con la realidad de su imposibilidad para lograrlo, porque sus condiciones materiales de existencia lo impiden.

No existe nada como lo descrito, con mayor potencial para traducirse en rabia; frustración; estímulo para hacer lo que sea para acceder a bienes y servicios a los que se considera tener legítimo derecho.

Además, quien padece los rigores de la desigualdad, se convierte en presa fácil de discursos mesiánicos; enarboladores de la antipolítica, que susurran a oídos receptivos mensajes que quieren escuchar y que, falsamente, consideran realizables, por estar desprovistos de capacidades para comprender que se trata de artimañas para atraer incautos.

Esa desigualdad no ha caído del cielo. Es responsabilidad de quienes debieron aplicar políticas públicas diferentes, capaces de provocar mejor distribución del crecimiento económico de los países. Ha sido una nefasta componenda entre protagonistas gubernamentales con segmentos privados.

Miopes ante lo que vendría, optaron por preservar rentabilidad, olvidando que el “sálvese quien pueda” ni alcanza para todos, ni dura para siempre.