Cuando el presente parece estar bloqueado suele decirse que el pasado asume, como si se tratara de una ley, el lugar del futuro. La categoría adquiere vigencia por estos lares, pues puede explicar que a 55 años de su ajusticiamiento se invoque a Trujillo como alternativa frente al desorden y la inseguridad que se han instalado en el país tras la llegada de la democracia.
La frustración de antiguos luchadores por las libertades públicas y la consolidación del sistema institucional, así como la ignorancia de una generación fundamentan la apelación a la tiranía más cruel y tenebrosa que haya conocido América Latina.
Que todavía se invoque a Trujillo es resultado precisamente de los privilegios de que dotó a sus “acólitos y amigos” y del imperio que construyó con los recursos del poder para mitificar su figura.
Astuto como el que más, desde la desgracia del ciclón de San Zenón se ocupó de imprimir un sello personal a la reconstrucción del país y a cada obra pública, incluso apropiándose de méritos ajenos. El Gobierno de Horacio Vásquez había dejado varios proyectos en ejecución, que el “perínclito de San Cristóbal” inauguró como si hubieran sido levantadas por su gestión. Desde ese momento comienza Trujillo a poner en ejecución su plan para afianzarse en la psique de la población como un hombre providencial.
Trujillo cometió crímenes espantosos, que aun generan estupor, e hizo mucho daño a esta nación, pero tal vez el peor de todos es el que la sociedad todavía sufre: el moral. La pervirtió al fomentar la adulación, el envilecimiento, la intriga y el oportunismo como categorías de movilidad social.
Suele darse cierta confusión sobre la educación y los programas de alfabetización, porque se obvia que esa enseñanza carecía de calidad y de que sus objetivos no era para preparar al individuo como un ser pensante. Las escuelas eran laboratorios en que desde el inicio hasta el final se aprendía a alabar y defender la figura del dictador y sus familiares.
Su régimen caló tanto en la sociedad que, como dice Luis Aquiles Mejía “Una palabra, un gesto, una sonrisa suya eran inmediatamente interpretados y cumplida sin tardanza la orden o satisfecho el deseo que quería expresar”.
Los tiranuelos tanto de aquí como de la región se contentaban con adueñarse del poder, enriquecerse y gozar de todo tipo de alabanzas, pero Trujillo, como señalan testimonios y documentos de la época fue mucho más lejos al penetrar, a través de la escuela y de un extenso aparato propagandístico, en el sentimiento de la población. A 55 años de su ajusticiamiento es triste reconocer que lo peor de su herencia todavía está presente, y que una figura tan siniestra la democracia se ha negado a sepultarla, propiciando que se le invoque.