El canto de Sabina vale suficientemente un Nobel de Literatura. La idea puede sonar peregrina, pero encuentras si buscas argumentos que le den soporte. A lo largo de su historia, la Academia Sueca ha entregado este Nobel a un historiador, dos dramaturgos y a un cantautor. Probablemente dando crédito al desempeño y los aportes en la expresión artística de la literatura. O al revés.
Bob Dylan, cantautor norteamericano galardonado en el 2016, por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición estadounidense de la canción.
El alemán Theodor Mommsen es investido del Nobel de Literatura en 1902 como el más grandioso maestro con vida del arte de la escritura histórica, con una especial referencia a su obra monumental, Historia de Roma.
Los dramaturgos Jacinto Benavente, español, y Luigi Pirandello, italiano, fueron premiados en 1922 y 1934, el primero por la feliz manera en que ha continuado las tradiciones ilustres del drama español. Y el segundo, por su reactivación audaz e ingeniosa del arte dramático y escénico.
A Harold Bllomd nunca le cupo la menor duda de que a Shakespeare, canon universal e “inventor de lo humano”, a su juicio, la Academia Sueca lo hubiese escogido varías veces rompiendo sus reglas, de haber vivido en estos tiempos.
Sabina, acaso también inventor, pero de la felicidad, le sobran méritos. Su inmensa y nueva forma, bien merece ser incluída entre los extraliteratos que han enriquecido y dado mayor prestigio y justificación a los galardones que el gobierno de Suecia mantiene en alto, a pesar de la presente crisis sanitaria que azota al planeta.
Autor, a veces irreverente, llega al alma con su canto. Aún cuando lo niega todo, no repara en su pasión por reivindicar su devoción por las cosas bellas y sencillas. La poesía nunca es intrusa ni extraña en su canto. Por lo contrario, le sirve para dorar el diario decir popular con una lírica graciosa y cotidiana, que no deja de ser penetrante y audaz.