La tecnología es una maravilla, pero puede también ser una desgracia, sobre todo cuando es utilizada de manera errónea o por seguir modas. Ante las crecientes amenazas de un mundo cada vez más digitalizado, la idea de gestionar accesos por vía de marcadores biométricos ha ido ganando terreno.
Lo vemos, por ejemplo, en nuestros smartphones, donde hay opciones de ingreso a través de huellas dactilares y reconocimiento facial como alternativas al habitual pin o contraseña. En altas instancias militares del mundo y en facilidades supersecretas suelen también usarse estos métodos.
En un sitio recreativo como lo es el Club Naco, sin embargo, no hace falta llegar a esas medidas, sobre todo cuando cada socio cuenta con un carnet expedido por la propia institución.
Por cuestiones de seguridad, privacidad y ética, y sobre todo tomando en cuenta la pobre cultura de ciberseguridad imperante en el país, tales métodos invasivos de ingreso deberían ser, a lo sumo, opcionales, y venir con la adecuada explicación y justificación, no solo con la típica y automática respuesta del empleado de turno: “son órdenes administrativas”.
Ante un escenario como este, ¿qué garantía tienen los socios de que se respetará, en efecto, la privacidad? ¿Tiene el Club la inversión necesaria en ciberseguridad? ¿Por qué no se aprovecha el carnet para un acceso más directo por esa vía? A veces queremos usar o implementar tecnología de manera antojadiza porque “eso es lo que está de moda” o “porque tenemos que modernizarnos”. ¿Y si no es práctico y viola derechos de privacidad? Así no.
ChatGPT y el efecto rebaño
Dicen que la moda es cíclica, y es importante saber que este concepto no se limita a las pasarelas y las tiendas de ropa, sino que afecta por igual al mundo de la tecnología y sus usuarios.
Ejemplos hay de sobra, pero para mantener las cosas actuales veamos el caso de ChatGPT, una herramienta conocida por el mundo entero que es capaz de hacer prácticamente de todo pero que es utilizada de manera un tanto básica por el común de la gente. Más allá de resumir textos y generar escritos, ChatGPT crea también imágenes, y es aquí donde las cosas han dado un giro curioso, pero no del todo inesperado.
Solía ser que la gente indicaba al sistema la imagen que deseaba crear, con instrucciones específicas según cada caso, pero entonces llegó la moda Estilo Ghibli, con toda su carga de controversia y excesos.
De repente, la gente, por no quedarse fuera de la moda, empezó a pedir su estilo Ghibli, y cuando esa moda se desvaneció empezaron pues a pedir el estilo que estuviera bateando en el momento. ¿Resultado de este comportamiento predecible? Fuera de esos estilos específicos, hoy da mucho trabajo lograr que ChatGPT produzca imágenes más allá de estilos muy básicos dignos de un libro de colorear.
Vamos camino a la obsolescencia humana
¿Humanos obsoletos? La idea podría resultar un tanto risible, pero basta tomar en cuenta el contexto y la realidad tecnológica que hoy vivimos para darnos cuenta de que no es ningún relajo.
A ver, pasamos el día pegados a una pantalla, rodeados de electrodomésticos “inteligentes” interconectados que nos ayudan a gestionar y navegar el día a día.
Si a esto añadimos una inteligencia artificial que muestra avances imparables, que con cada día ocupa un mayor espacio en nuestras vidas, que poco a poco va asumiendo trabajos anteriormente realizados por gente física y que hasta intimidad ofrece, ya vemos que vamos mal.