POR: Orlando Gómez Torres
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Mientras nuestros senadores se apresuraban a entregar una resolución de apoyo a la Embajada Venezolana celebrando los dotes “democráticos” del Presidente Nicolás Maduro, el mismo día sale una encuesta dando fe de que 6 de cada 10 venezolanos quieren que este abandone el poder. A pesar de que la muerte de Chávez avisaba altas probabilidades de cambio en Venezuela, la República Dominicana aún no ha sido capaz de empezar sus preparaciones para una sensible variación de los términos de Petrocaribe. Lamerles las botas a los venezolanos que actualmente desgobiernan esa nación no cambia esa realidad, peor aún, pareciere avisar que efectivamente no tenemos interés de buscar alternativas.
Petrocaribe ha sido un pivote importante de la política macroeconómica de la República Dominicana desde que este se instaurara en el 2005 debido a que este reduce la presión que ejerce la factura petrolera sobre la tasa de cambio, y con sobradas razones hay muchos motivos para agradecerlo. Pero si bien es cierto que Petrocaribe nos sirvió de salvavidas durante un tiempo, ha sido un fracaso de nuestra parte tratarlo como si fuera una solución definitiva postergando por tiempo indefinido la solución de los problemas que representa esta nueva era del petróleo caro para nosotros.
Casi 10 años después la matriz de energía de la República Dominicana sigue siendo dominada por generadores que dependen de petróleo o sus derivados, el Estado sigue subsidiando los combustibles a ciertos sectores, el costo interno de estos está empezando a afectar la competitividad debido a una carga impositiva específica que les pone en un rango de precio por encima de la media centroamericana, la infraestructura vial sigue siendo inadecuada, la inversión de Venezuela en la Refinería Dominicana de Petróleo ha tenido un impacto escaso, entre otras cosas.
Peor agravante es observar a uno de los poderes del Estado dominicano asumiendo partido por una de las partes de un conflicto interno de Venezuela sin que siquiera la haya sido solicitado. Indistintamente de si esta lamida de botas sirva para preservar las actuales condiciones de Petrocaribe en el corto plazo, podría ser razón relevante para que en caso de un cambio de régimen las condiciones cambien en nuestro perjuicio estrepitosamente.
El cambio en Petrocaribe no es cuestión de si ocurrirá o no, sino de cuando, y no podemos darnos el lujo de seguir dando largas para reducir nuestra dependencia de ese acuerdo para evitar su impacto macroeconómico una vez el mismo sea modificado o totalmente eliminado. Las crisis imprevistas son penosas, las crisis previsibles son patéticas.

