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EROSIÓN GERIÁTRICA

EROSIÓN GERIÁTRICA

Viacrucis  de la vejez

Mi buen amigo Ciro Coll me envió hace unos años desde su residencia en una ciudad norteamericana tres escritos en los cuales hace una descripción entre pesimista y humorística de la vejez.

Esas creaciones literarias se las he enviado por correo electrónico a numerosos familiares, amigos y relacionados, algunos de los cuales las han disfrutado con sonoridad de carcajadas.

Como si estoy vivo entonces, cumpliré el mes próximo ochenta y un años de estar consumiendo oxígeno en este planeta, hace tiempo que experimento lo que llamo, creo que acertadamente, la erosión geriátrica.

Por ejemplo, debido a que realicé durante la adolescencia y primera juventud ejercicios con pesa, llegué a exhibir una anatomía moderadamente musculosa.
Pero en la medida que avanzaba en el añejamiento biológico fui disminuyendo el peso de los hierros que cargaba.

Y hoy las 125 libras de los días de gloria forzuda se han convertido, adheridas a una improvisada barra metálica, en el equivalente de ochenta onzas.
No obstante, justifico el casi inexistente peso, señalando que hago ciento treinta repeticiones en sets de diez levantamientos.

Pero queda claro y sobre entendido que con tan escasas libras no se aumenta un solo milímetro de masa muscular, algo que de todas formas no se logra en la ancianidad.
Una característica de los hombres mujeriegos de edad avanzada es que comienzan a mostrar tendencias casi pedófilas en sus gustos románticos, lo que los lleva a vivir situaciones vergonzantes.

Recuerdo el caso de un amigo, por entonces transitando la medianía de su sexta década, que se volvió loco por una curvilínea veinteañera.

Ingeniero Civil de profesión, y de sólida solvencia económica, al declararle su amor a la damisela, de estado civil soltera, recibió una severa bofetada verbal.

-Apunte en otra dirección- dijo la pretendida-porque en mi casa hasta los muebles son modernos.

Hay características físicas de los hombres viejos que provocan el rechazo de mujeres de todas las edades, como son la orfandad pilosa de sus techos pensantes, la ventripotencia, y los pliegues de la zona del cocote.

En cuanto a otras colgalesas producto del reblandecimiento de las carnes, las mujeres pasan por lo mismo en la etapa geriátrica, y es harto sabido que lo que es igual, no es ventaja.

Un amigo sexagenario amante de la lozanía juvenil en materia amorosa, dice que los senos de algunas mujeres maduras son limítrofes de sus ombligos, y pugnan por rozar los mosaicos de las casas y el asfalto de las calles.

El hombre mantiene queja permanente con la naturaleza, sobre todo por la contundente disminución de la potencia sexual en la llamada tercera edad.
Y dice, a veces con desganada voz quejumbrosa, que en sus años juveniles de la soltería, tardaba apenas un par de minutos para elevar su miembro viril en los contactos íntimos con féminas.

-Ahora- precisa- para cumplir mi deber puteril en esas ocasiones, tengo que emplear jornadas retozonas de larga duración.

Varias amigas que andan por su séptima década, y solteras, han optado por no interesarse por formar pareja sentimental, alegando que los jóvenes se acercarían para explotarlas económicamente.

Y en cuanto a los geriatrizados, afirman que mientras más viejos, más atraídos son por las jovencitas, sobre todo después que en las farmacias se venden sin receta médica los potenciadores sexuales químicos.

Algo despechadas manifiestan que las mozuelas se dan cuenta que si un vejestorio picha un buen juego erótico, es por obra y gracia de uno de esos productos puterizantes, lo que las lleva a sentir menor placer.

Hombres y mujeres senectos apelan a las caminatas, la natación, la asistencia a gimnasios, para retrasar las inevitables manifestaciones de la vejez.
Pero eso no evita las burlas de algunos jóvenes, quienes parecen ignorar que solamente hay una forma de no llegar a viejo, y consiste en morir joven.
Y que los hombres, además de la sapiencia mundanas que otorgan los años vividos, gozan de otras ventajas.

Una es el rápido acceso a las atenciones en las ventanillas de las instituciones bancarias, y otra las efusiones cariñosas de las mujeres.

Aunque esta última se deba a que ellas consideran que por razones de calendario, están fuera de servicio, lo que los convierte en seres inofensivos en materia chiveril.

El Nacional

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