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Volver al campo

Volver al campo

Eduardo Álvarez

Como decir, a nuestras raíces. Cerca o en medio de la naturaleza, disfrutando y formando parte del paisaje. Donde bien puedes escribir la historia, en vez de ser simples objetos o componentes de ella. Es decir, donde las oportunidades dejan de ser calvas. Las puedes tomar o encontrar más fácil que en la gran ciudad.

Procesos que las sociedades viven cíclicamente, y que la historia registra desde el origen de la civilización. Y, con ella, de las grandes urbes. Con el tiempo, la gran Roma perdió terreno frente a los encantos de las provincias del Imperio.

Reacción natural resultado de una reconciliación del hombre con sus esencias. Cuando ello ocurre, cobra cuerpo y gana espacio un proceso de avance reflejado en la búsqueda de una mejor calidad de vida y la salubridad que solo encuentras en el campo. Es decir, en las provincias con su poblaciones pequeñas, donde la comunidad es sinónimo de humanidad. Más bien, de vecindad y reconocimiento.

Valores y conquistas sociales por las que la humanidad ha luchado, que han tendido a esfumarse o a confundirse en medio de las múltiples necesidades e intereses que demanda cohabitar en las megaciudades.

Este fenómeno -el de la vuelta al campo-, se produce en momento en que la cordura abre espacio a la reflexión y pone en relieve, en una balanza, las virtudes y ventajas que ofrece vivir en un pueblo pequeño o una campiña frente a la “modernidad” urbana.

Ahora, que las ofertas de educación básica y superior, y de salud están disponibles en todas las regiones y las más  apartadas poblaciones del país, ¿qué ventaja tiene insistir en ser una cifra más en una gran ciudad. Ninguna, por supuesto.

A esto debemos agregar factores económicos, como el costo de bienes y servicios fundamentales, lógicamente más bajos en el interior que en el Gran Santo Domingo, para citar un caso. De manera tal que permanecer o volver a campo es, a todas luces, una opción apreciable.