Al menos 15 policías han perdido la vida durante 2024 en circunstancias trágicas, según reveló ayer la fiscal del Distrito Nacional, Rosalba Ramos, quien abogó por una legislación que castigue con mayor severidad los homicidios perpetrados contra agentes del orden público.
Esa estadística aumenta si se agregan militares ultimados por atracadores, o en otros escenarios de violencia y criminalidad, como fueron los casos del teniente de la Fuerza Aérea Junior Reyes Chalas durante un asalto y Gregorio Ramírez Pineda, del Ejército, muerto por delincuentes que intentaron despojarlo de su arma.
No debería olvidarse el trágico caso del sargento policial Eddy Carcaño, de 38 años, muerto a balazos por uno de dos atracadores a los que enfrentó cuando asaltaban una banca de lotería en Baní. Después de herirlo, el homicida remató de otro disparo al agente que yacía en medio de la calle.
Sobran razones a la magistrada Ramos para sugerir una ley que agrave las penas impuestas contra quien asesine o cause heridas a un agente policial, mucho más si la agresión se produce cuando el agente se encuentre en cumplimiento de su deber. El Estado y la población deben defender la integridad de sus policías y militares.
Es menester afrontar la violencia contra agentes del orden y efectivos castrenses desde un enfoque más amplio que abarque los preocupantes niveles de delincuencia, convertidos hoy en voráginede de criminalidad que arrastra también en rol de víctimas a esos representantes de la autoridad y a la propia.ciudadanía.
Violencia genera violencia, a menos que el Estado aplique programas y planes de prevención a través de remedios infalibles como garantizar derechos ciudadanos a la educación, salud, trabajo, vivienda, transporte, transparencia y eficiencia y justicia, así como implacable aplicación de la ley.
Al mes de octubre, 87 civiles han muerto a manos de agentes policiales en alegados intercambios de disparos, lo que representa una cifra preocupante que debería atribuirse principalmente al deterioro de la seguridad ciudadana o a una forma generalmente errada de enfrentar la criminalidad.
Sin afrontar de manera diligente las causas primigenias que generan la espiral de delincuencia y criminalidad, se agravará el drama de delincuentes que asesinan a policías y militares y de decenas de presuntos antisociales que caen abatidos durante «intercambios de disparos», la mayoría difíciles de comprobar.