La zorra y el cuervo
Había una vez un cuervo muy orgulloso. Durante muchos días había estado vigilando al vendedor de quesos: llevaba una canasta llena de ricos quesos de todas las formas y tamaños.
El señor cuervo, aprovechando un momento en el que el comerciante se había alejado de la cesta, se acercó a ella y se llevó el queso que más le gustaba.
El pájaro se colocó en lo más alto del árbol. Mientras sostenía el queso con el pico, soñaba con la buena comida que iba a saborear. Al pie del árbol, avanzaba sigilosa una zorra.
Había percibido el olor del queso. Tenía mucha hambre, pues no había comida nada desde hacía tres días. Como la zorra era muy astuta, se acercó al cuervo.
-¡Buenos días, señor Cuervo!
– le dijo con voz muy dulce-, ¡Su plumaje es magnífico!
Pero no dice usted ni una palabra, y es una pena, porque su voz debe de ser bella y grave.
El cuervo escuchó a la zorra sin contestar, porque su pico seguía ocupado con el queso.
La zorra continúo su conversación, ya que quería que el cuervo hablase.
Echándole más piropos, consiguió que el cuervo se decidiera a contestarle: abrió el pico y… dejó caer el queso.
La zorra estaba debajo del árbol, lo cogió rápidamente y se fue a comérselo a un lugar tranquilo.
Y es que el adulador vive cómodamente de aquel que lo escucha.