Aunque a nadie le interesan mis avatares, prometí escribir sobre los 75 años de edad que cumplí el 26 de marzo. Pero debo aclarar que con ello pretendo, grosso modo, radiografiar sucintamente ciertas falencias de República Dominicana.
Forzosamente estoy extrañado de mi tierra. Me siento derrotado. En el interregno de esta respetable edad, tres cuartos de siglo-en la que me dicen que todavía luzco fuerte y con la apariencia de 12 o 10 años menos-; me quedé atascado en Nueva York.
El vivir en el exterior, sin haberlo deseado, realmente es una derrota. Si como periodista no se está de acuerdo con el estado de cosas de un país, en este caso, República Dominicana, y aparte de esto tienes que marcharte; es como si te enviaran al ostracismo.
En consecuencia, si eres un periodista del montón, no tienes “enllaves” en el funcionariado; no recibes dineros de publicidad del gobierno; no crees en la partidocracia; no tienes una vivienda; no perteneces a ciertas claques; te comportas como un ciudadano común, y te marchas del país, simplemente eres uno más de la mal llamada diáspora.
Y pareciera que, para sentirse plenamente realizado y autosuficiente, necesariamente hay que ser, si no corrupto, tolerar los actos de corrupción. Además, si te retiras en plena adultez a Estados Unidos; no incurre en ningún tipo de mácula como inmigrante, y no deja nada en República Dominicana; el retorno definitivo se hace difícil.
Aunque debo admitir que, sin obviar lo denunciable, si no participas en un escenario de denuncias de cierta tendencia; si no tienes bonanzas ni un status económico privilegiado, no será objeto de calumnias y difamaciones de que alguna vez recibiste dineros de una ONG, para debilitar a algún sector político.
De otro lado, debo decir que cuando, apasionadamente, se critica los gobiernos de turno y se catapulta a la oposición, como quiera uno se corresponde con el sistema. De alguna forma, uno por omisión, consiente los actos de corrupción.