Una serpiente líquida se desdobla y borda del verde esta tierra incesante.
El espacio tornasol de Jarabacoa, de breves colinas y elegías y palmeras y bromelias candorosas, decide el retorno callado de las voces, a espaldas del relámpago.
La montaña, toda montaña, exuda una rara espiritualidad, una inexpresable conmoción interior que no pueden sentir las almas sensibles.
El entorno de elevación que es toda ella participa, vertical, elevada, próxima al cielo, del simbolismo trascendente, de la manifestación.
Es morada de manes y es a la vez que terrestre, el ámbito de lo sagrado.
Ambos se encuentran en su cima como la punta misma de una vertical, como centro del mundo y como la pendiente a escalar.
Expresa las nociones de estabilidad, de inmutabilidad, y en ocasiones, de pureza.
La poesía, de su lado, pertenece a la alta cultura y no admite facturas que le resulten ilegítimas o inocuas o débiles ni flácidas ni carentes de garras.
Es un ave muy rara que vuela hacia todas las luces de cada imparable lucero, desandando el filo de sus alas.
De ahí que uno descubra seres como la niña de San Cristóbal Dhariana Mesa, de nueve años de edad, con una poesía de enorme significación y de una pureza reluciente.
La creación modesta o avanzada es cuestión de cada quien.
Pasa de todos modos por exigencias superiores, proporcionales a la grandeza o al cielo gris de lo creado.
Mas, hay leyes, hay un decurso, hay unas vías que se resienten de violaciones y de desamparos injustos o inexplicables.
Pertenecen los logros o la parálisis en el arte poético a otras constelaciones del alma, de la palabra, del sentimiento.
Ya se ha precisado con toda claridad más de una vez que la condición de poeta es categórica.
Se es o no se es poeta, hay o no hay poesía.
Se muere o no se muere el ser, la gente. Y hay quienes ya vinieron nonatos. Toda muerte es unánime y toda poesía parece ser la misma.
Y son parecidas y únicas sus variaciones, sus asonancias, sus contradicciones internas, sus intuiciones que devienen inequívocas. Las ambivalencias en esta cuestión tan crucial, resultan inadmisibles.
El Festival de la Montaña que organiza Taty Hernández, con loable esfuerzo y colaboraciones decisivas, es la convocatoria que reune a los creadores de esa materia inexplicable que es la poesía de cada poeta.
El festival, como criatura que se va haciendo espejo cambiante, que le muda y relee el semblante a su interlocutor, ha ido obteniendo crecimiento meritorio casi inesperado.
Mejorar la calidad de este evento ha sido un logro y aún dista vuelo de crucero que sin dudas se alcanzará.
No es esta una escuela para aprender lo inaprensible, no es una sucesión de talleres, no es referencia para crecimientos y no deja de serlo.
Ciertas exigencias mayores sobre la alta calidad, obligatorias, del trabajo que se vierte ahí, en ese Aerópago lírico de Pinar Quemado, no son desdeñables.
Servirán para asentar aún más el encuentro cíclico, que va mostrando ya producción certera, no censurable.
Si mantiene esa cuota de oxígeno creativo en un espacio que como el de estas pendientes en que habita libre el geranio y hay palmeras y pinares erguidos y espirales de ensueño entre las corrientes del Yaque, el festival corre a ser parte importante de la historia poética dominicana de estos tiempos.
Y mientras tanto, la advertencia vale, si no has podido convertirte en un pequeño pantocrator, en un breve dios que hace nacer criaturas desde el barro, no eres poeta.
No intentes lo improbable, no tienes imaginación, no deberías construir un castillo de humo que no va a ser contemplado y que no tendrá perdurabilidad ni lo invadirá el desasociego.
Una estructura inatrapable, un encadenamiento de metáforas, no salvan necesariamente.
Una línea conmovedora que sacude a todos al escucharla es preferible a una indoblegable carretera de voces ensambladas con torpeza.
El único tirano que impone sus leyes irrestrictas a esta reunión de cada año, única e irrepetible, suele ser el tiempo, de todos y de nadie.
En esta octava versión, en su ardua preparación, en el Centro Salesiano, han participado, hacedores de cultura, además de Taty, Tanya y Tanyita Badía, Manuel Libre, Rannel Báez y Yilenia Cepeda.
Poesía a toda hora
Hubo que abandonar finalmente el festival y comenzar a pensar en el ya inminente, dentro de un año en un agosto nuevo y cálido, como suele ser la costumbre.
El tiempo es el único tirano que impone sus leyes irrestrictas a esta reunión, donde todo se disfruta de paz.

