POR: José Alejandro Ayuso
jayuso@equidad.org.do
Mentes superficiales
No cabe duda que para la sociedad actual el ciberespacio se ha convertido en el medio de información y comunicación preferido, a sólo 20 y pocos años transcurridos desde que el programador de software Tim Berners-Lee escribiera el código para la World Wide Web.
Para algunos lectores prehistóricos de libros entre los que me cuento, agradecí encontrar en “La civilización del espectáculo” del Nobel Mario Vargas Llosa la referencia a otro ensayo no menos interesante de Nicholas Carr, quien estudió literatura en la Universidad de Harvard, con el sugestivo título: “Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011).
Un día Carr se percató que la lectura profunda que solía venir naturalmente se había convertido en un gran esfuerzo. Luego de más de una década de haber pasado mucho tiempo “online” buscando información que antes le tomaba semanas y meses encontrar (lo que había considerado “un regalo del cielo” para un escritor como él, y me consta), comprendió que la Web había alterado sus hábitos mentales al debilitar su capacidad de concentración a favor de obtener información de forma rápida y segmentada.
Exageran la nota los “guruses tecnológicos” que pregonan la obsolescencia del libro porque tenemos acceso a toda la información en Internet. Obvian, como indica el autor, que “Más información puede significar menos conocimiento”, que lo importante es la capacidad de someterla a procesos del intelecto humano para extraer de ella los elementos relevantes a los fines que se persigue.
Hoy el teléfono “inteligente”, el computador y la Internet son más que herramientas indispensables y eficaces de trabajo. Su carácter interactivo y multimedia disminuyen nuestro grado de atención cuando leemos un texto expuestos a un “ecosistema de tecnologías de la interrupción” en que “la Red atrae nuestra atención para dispersarla” y llevarnos al “estado natural de distracción irreflexiva”.
El libro de Carr reivindica la conocida teoría de Marshall Macluham, convertida hoy en “reliquia cultural, resumida en la conocida frase “El medio es el mensaje”: se refería en los años 60 (ante el auge de los “medios electrónicos” del siglo XX la radio, el cine y la TV) a que estos no son nunca meros transmisores de su contendido y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar.
Para la generación criada entre bibliotecas y personas pensantes cuyos vástagos son hoy “nativos digitales” (¡nacieron también con la computadora bajo el brazo!), concuerdo con Carr que sería muy triste para formar las mentes de nuestros hijos “que tuviéramos que aceptar sin más la idea de que “los elementos humanos” son algo obsoleto, prescindible”, que sólo “artefactos” intermedien en su compensión del mundo.
El autor sentencia que “La pantalla de la computadora aniquila nuest ras dudas con sus recompensas y comodidades. Nos sirve de tal modo que sería desagradable advertir que también es nuestra ama”. Por suerte hemos llegado a las poco más de 500 palabras de este artículo, por lo que ya puedo guardar mi inseparable aunque mandona portátil MacBook Air y tomar uno de los libros que, obstinadamente, continúo con la análoga costumbre de leer…¡en papel!