Es temprano en la mañana. Una brisa fresca nos obliga a abrigarnos. Los cristales juegan su función de llenar de arco iris paredes y pisos. Afuera, trinan los pájaros. Hemos esperado un año para estos días de diciembre, donde los aguinaldos suenan en farmacias y supermercados.
Alguien dijo una vez que la juventud es algo que se desperdicia en los jóvenes, y la sensatez algo que se pierde en la política y si ser joven es sentirme como me siento, con un aprecio vital por los pequeños regalos que me hace la vida cotidianamente entonces estoy más joven que nunca; y si ser sensata es no estar dispuesta a perder la vida por nadie, la única vida que se nos regala, en una dimensión donde miles de almas esperan su turno para regresar, entonces estoy en mi momento más importante de lucidez.
Es por eso que temo los titulares de los periódicos, los cuales me devuelven todas las mañanas a la terrible realidad donde un dueño de yipeta asesina a un padre de familia en Santiago porque «le rozó la carrocería», como si no existieran los mecánicos y la yipeta fuera su alter ego, y un amigo deja de serlo porque le cobran una deuda y asesina a un joven padre de familia que era también alcalde de la Zona Este.
Mi madre repetía como un mantra: Dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces. Y esa norma me ha hecho ver en cada dueño de un carro o yipeta que ofende la pobreza nacional a un acomplejado social; en cada ser afectado que utiliza un lenguaje que los demás no entienden a alguien que trata de llamar la atención y separarse de los demás; en cada mujer que alardea de sus poderes eróticos a una frígida, o cortesana, en potencia; en cada hombre que alardea de sus conquistas a un narcisista, o mal amante empedernido. El hombre o la mujer verdaderamente sensual jamás se anuncia. Es. Esas palabras de mi madre han sido el escudo, los rayos X que me han permitido decantar a quienes se me han acercado y acercan en la vida.
Y, esas palabras son las que me han permitido sobrevivir en este país, donde todos los días hay motivos para horrorizarse, lo cual no es culpa del país, sino de nosotros y nosotras, medio isleños de un espacio geográfico insignificante, con pretensiones de poder, con una arrogancia que asombra y hace sonreir a quienes nos ven desde fuera, pataleando, compitiendo, peleando, agrediéndonos, acumulando porque no entendemos que a la tumba no nos llevamos absolutamente nada y que solo permaneceremos en la memoria inmediata de quienes nos conocieron y quisieron.
Necesitamos masivamente una vacuna de humildad, de tolerancia, de generosidad. Me asombran los cristianos que olvidan los versículos de Lucas, (ver el numero 37) que dicen mas o menos: no juzgues para que no te juzguen, no maldigas, no te erijas en juez de nadie, no te conviertas en prototipo de nada.