Este 2023, tiene mucho de viejo: prácticas y costumbres repetidas en un adelantado tiempo preelectoral que agobiará nuestras vidas ciudadanas. Será invariablemente un año politiquero. Monotemático, sin futuro para el pueblo.
Solo contarán quienes militan en partidos.
Invadirán todo, con promesas grandilocuentes. Es el año del discurso.
El proceso que debía arrancar formalmente el 1 de octubre próximo con votaciones primarias en los partidos, convenciones y asambleas de ellos, llevadas a cabo de acuerdo con la Junta Central Electoral, hace mucho empezó.
En realidad, en los últimos decenios, no hemos cesado. Y aunque la primera cita con las urnas será del 18 de febrero, hasta el 19 de mayo de 2024, aguantemos, ¡pueblo!.
En noviembre pasado, IDEA Internacional, agencia intergubernamental mundial de apoyo a las democracias con sede en Estocolmo, Suecia, que publica informes anuales desde 2017 para analizar la situación de los países respecto a la defensa de los principios democráticos, incluyendo el bienestar básico, la ausencia de corrupción y la igualdad social, publicó el “Informe Mundial sobre el Estado de la Democracia 2022, Forjando Contratos Sociales en Tiempos de Descontento”, que analiza 173 países en el mundo.
Vale la pena leerlo porque encontraremos nuestra realidad reflejada, como también lo hacen diferentes análisis sobre la fragilidad de la democracia en el mundo sobre todo, en la región de América latina y el Caribe, la más desigual y la de mayor riesgo en términos de violación a los derechos de las personas, que es donde vivimos.
Al parecer, desde 2021 el nivel de democracia que una persona media podía disfrutar en el mundo se había reducido a niveles de 1989. Esto supone que los logros democráticos conseguidas en los últimos 30 años se han reducido en su mayor parte.
En América Latina y el Caribe, específicamente, la confianza en las instituciones está despareciendo y las personas se sienten ignoradas, agravado por el aumento de las desigualdades que profundizan la marginación de las mujeres, de las minorías, de las personas mayores, de los niños y las niñas y, en fin, de todas las personas excluidas del status quo establecido por el poder tradicional y sempiterno.
Entonces, este año, no es para nada nuevo: la falta de transparencia en el manejo del poder político de los partidos tradicionales, de rendición de cuentas de su parte cuando llegan al poder por la vía de las promesas, ha erosionado la confianza de la mayoría de quienes eligen.
Y precisamente, a las urnas irán jóvenes y mujeres.