Haití: País vecino cuya desintegración política, económica y social, amenaza nuestra estabilidad nacional. El drama que vive el pueblo haitiano es desgarrador. Inseguridad, atracos, secuestros, crímenes y otros males son la cotidianidad en esa atribulada nación.
El relato histórico de la isla refleja claramente que somos dos países diferentes; primero porque sus pobladores originarios eran de razas diferentes. Además, los colonizadores de unos y otros, provinieron de países con idioma, cultura, religión e idiosincrasia distintas.
Actualmente, el foro internacional, encabezado por la ONU, OEA, OIM y de manera particular, Francia, Canadá y Estados Unidos, promueven que la solución a la crisis haitiana debe gestionarse mediante la no repatriación de los inmigrantes indocumentados de ese país en República Dominicana, así como mantener la permisividad en el caso de las parturientas haitianas.
El gobierno de nuestro país ha mantenido una actitud de rechazo frente a las pretensiones de los organismos internacionales y los países precitados; pero… todo sigue aconteciendo.
De continuar la situación descrita: la ocupación pacífica por parte de nuestros vecinos se hará cada vez mayor, y el hacinamiento, la arrabalización de los espacios ocupados, así como la invasión de las actividades económicas (formales e informales), seguirá impactando negativamente a una parte de nuestros jóvenes que, debido a esa realidad ven reducidas sus oportunidades. Por lo que son arrastrados al vicio y la delincuencia.
Es hora de pasar del discurso a los hechos en cuanto a este tema, toda vez que el tiempo, nos está jugando una mala pasada. Esto así, porque como consecuencia de lo expresado en el párrafo anterior, nuestra juventud, está siendo víctima del síndrome de la desesperanza y el hastío.
Esta sugerencia la hago porque desde unos años a esta parte, observo que los participantes en robos, atracos y otros hechos delictivos, oscilan entre las edades de 19 a 25 años. Ojalá que las autoridades actúen antes que se haga tarde.