De los libros que se han escrito sobre el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo bien pudiera construirse una montaña gigantesca, en cambio escasean los textos (en comparación, claro) con aquellos que han tomado como centro a ese personaje menudo llamado Joaquín Balaguer, ex presidente en varias ocasiones, y quien estuvo en medio de los más grandes acontecimientos de Quisqueya. Una pobre pira se formaría si se toman y encienden los textos escritos sobre éste, con lo cual quedaría el personaje en situación sombría.
Que Trujillo ha sido novelado en demasía no está en discusión, que los grandes ensayistas han tratado también de explicar el ascender y la caída de su siniestra estrella, tampoco. Llama, no obstante, poderosamente la atención que desde el punto de vista artístico-novelístico, y desde el ángulo sociológico, “Chapita”• ha sido la figura política más trabajada y abordada.
Balaguer ha sido novelado escasamente. Éste es un hecho que obliga a reflexiones. ¿Por qué Trujillo, un hombre ordinario, un dictador sangriento, un hombre al que se conocía su modo de actuar desde lejos, un tipo que no ofrece dobles perfiles o lecturas, es tan preferido por las plumas de las más variopintas estirpes y talentos de nuestro país?
Joaquín Balaguer, por el contrario, es un personaje sinuoso, un hombre que se movió con cautela de detective durante la dictadura y que usó el guante de hierro de feroz boxeador cuando la democracia era aún en este pequeño territorio una quimera, además de poseer una personalidad rica en matices: el de poeta y a la vez acusado de grandes crímenes, el demócrata y el de político que usó las más discutidas ardides para permanecer en la cresta de poder.
Puestos los dos en un mismo escenario, no se exagera si se afirma que Rafael Leónidas Trujillo es un personaje ordinario, tosco, cuya manera de comportarse ante los acontecimientos y el drama que le tocó vivir, es sumamente impulsado por una actitud de salvaje, de hombre primario, de hombre cuyas pequeñas luces sólo sirvieron para apagar burdamente las grandiosas luminosidades de su época, y que diametralmente opuesto, Balaguer representa el hombre sinuoso, el ser que carga en la política el arte de saber actuar y el misterio; el hombre que se echa los escrúpulos en los bolsillos, pero no nadie sabe si está en el izquierdo o bolsillo derecho.
En manos del novelista peruano Mario Vargas Llosa el personaje Trujillo no alcanza mucho vuelo, termina como era previsto arrastrándose y encharcado en la sangre de sus más enconadas víctimas. Trujillo en posesión del ficcionista peruano parece un hombre que está atrapado por sus pulsaciones animalescas, un personaje sin brillo, salvo ese brillo que sale de las puntas de las pistolas de sus espalderos, de esa luminosidad de los cuchillos cuando entraban en la carne de los prisioneros en la cárcel La Cuarenta.
De los pocos novelistas que han tratado con acierto el personaje Balaguer, Viriato Sención (quien escribió Los que falsificaron la firma de Dios en Nueva York) es uno, sin lugar a dudas. Y ahondó en la siquis del personaje llamado por sus adversarios “Muñequito de Papel” con gran maestría, tanta que llegó a sacar de sus casillas al propio personaje, quien en su arranque palaciego respondió a la osadía de Sención.
Trujillo es el personaje facilón, el cual fue abordado un tanto de manera light por Mario Vargas Llosa, como por decenas de ensayistas e historiadores, que únicamente se quedan en la capa del personaje. Y es que Trujillo, tiene piel y alma de rinoceronte. La tosquedad es su estilo por dentro y por fuera.
Mientras Sención nos presenta a un Balaguer en su punto, a un Balaguer que hace su aproximación a lo humano, y lo político, a lo real, y también a lo siniestro. Un Balaguer que es materia de especulación, un Balaguer que se mancha las manos de sangre y un Balaguer que escribe el poema que lo hace acercarse temporalmente a los dioses.
El joven Balaguer frente a la sociedad cerrada santiaguense es todo un poema la frustración sufrida y luego desencadena en algunos textos literarios por él mismo. A mi modo de ver, el personaje Balaguer sigue como materia pendiente entre los que ficcionan en el país. Si desde el campo político ha sido con fealdad emulado por quienes lo sucedieron, desde el aspecto literario, está perpetuamente en una orfandad horrible.
Un anciano ciego dominando todo el país, caminando a tientas por un palacio que conoce al dedillo, dictando órdenes con voz firme, poniendo de rodillas a toda una generación de políticos pusilánimes, es un buen tema. A ver quién se anima, señoras y señores.