Hegemonía y elecciones 2 de 2
Si partimos de que la clase dominante se apoya en el poder “militar y burocrático” para ejercer su hegemonía, debemos entender que las izquierdas aunque no pueden disputar lo primero en un proceso electoral, sí pueden hacerlo paso a paso en la “guerra de posiciones”, en lo concerniente a lo segundo.
Es decir, la hegemonía puede disputarse en el proceso electoral, donde las izquierdas junto a los trabajadores pueden subir peldaños hasta lograr la conducción “intelectual y moral” de los sectores populares. En esa lucha, el movimiento revolucionario puede avanzar y aproximarse al control del Estado, y dar el salto al poder dirigente del proceso político-social, hasta alcanzarlo para su transformación total.
Para llegar al poder debe librarse la lucha política en todos los escenarios, incluido el electoral, hasta que trabajadores y aliados rompan el vínculo ideológico orgánico burgués, la hegemonía de clase.
Aunque el triunfo en los comicios no siempre garantiza la conquista del poder para las izquierdas, como ocurrió con la Unidad Popular en Chile (1970), en otras realidades esa vía ha permitido alcanzarlo.
Este último caso lo tenemos en Venezuela (1998), pese al gran retraso en la transformación de las superestructuras de la sociedad, concesiones a sectores burgueses y debilidades en la conducción política.
Por eso, las izquierdas deben constituir un frente opositor a la dictadura institucional y a los afanes reeleccionistas de Danilo Medina, concretar acuerdos puntuales con otras fuerzas para romper su aislamiento.
No confundir acuerdos con subordinación, como ha sucedido con pseudo-izquierdistas cooptados por el PLD y PRD. No, los pactos deben servir para las izquierdas avanzar y desarrollar su proyecto político.