Cuando aquí el domingo pasado, 21 de enero, celebrábamos el Día de la Virgen de la Altagracia, la marca mayor de la Iglesia Católica, en Rusia solamente los nostálgicos de la otrora Unión Soviética conmemoraban con escritos y reportajes en las nuevas plataformas el centenario de la muerte de Vladímir Ilich Uliánov, popularmente Lenin, el líder que condujo a los bolcheviques a despojar del Poder el Zarismo.
Aunque 70 años después de la Revolución rusa, entre tragos y en recompensa por el fusilamiento del último Zar junto a sus hijos y la esposa, familia de los Romanov , por los bolcheviques, consanguínea de realeza inglesa, el alcohólico Boris Yeltsin decía a la Reyna Isabel 11 de Inglaterra en el Palacio tras la Perestroika: » Allá en Rusia todavía somos monárquicos, ya que cuando se va a hacer un cuento no se comienza «Érase una vez», sino «Cuando los buenos tiempos zaristas».
Antes de que surgieran los hombres trascendentes en las tribus en la historia de la humanidad, los entierros eran colectivos. Los funerales surgieron con el Estado, con los hombres importantes, hasta el punto de que los faraones no solamente eran sepultados con sus objetos domésticos, sino también con sus sirvientes, para que les sirvieran en la otra vida.
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Stalin, que junto a sus leales en la Dirección Política de los bolcheviques en el Poder secuestró una carta de Lenin desde su lecho, advirtiendo el peligro de que el luego llamado Hombre de Hierro lo sustituyera, se montó en la imagen del líder muerto, haciéndole un Mausoleo, que se convirtió en atractivo turístico, hoy en decadencia.
En la Era de Putin, que hacía de taxista cuando estalló la Perestroika, 459 mil personas desfilan ante el cadáver de Lenin, equivalente a un tercio de las visitas del Zoológicos de Moscú.
El Partido Comunista, la herencia leninista, solamente cuenta con el 16 por ciento de los escaños, mientras una de las últimas encuestas encontró que el 29 por ciento de los rusos creía que la influencia de Lenin se desvanecía tanto que en 50 años moraría nada más en la mente de los historiadores.
A Lenin hay que recordarlo porque se encasilla dentro los personajes históricos que han hecho la historia al tiempo que la escriben. Lo hizo Mao Set Tung en China, y aquí en República Dominicana, Juan Bosch, quien proclamó que era Marxista, pero no Leninista, ya que se propuso para los dominicanos una Revolución Democrática, no Socialista.