Dentro del arcoíris judío existen diferentes etnias, y muchas de ellas han habitado desde los tiempos más remotos de la humanidad. Un ejemplo de esto lo representan los judíos asquenazis, grupo humano que habitó Europa Oriental, y que fue perseguido durante muchos siglos.
Igual están los judíos mizrajíes, comunidades hebreas residentes en el norte de África y Asia. Asimismo, los judíos jázaros, pueblos nómadas también ubicados desde la época del Creciente Fértil, que se asentaron en el sur de Rusia. En la península Ibérica se establecieron los judíos sefardíes, expulsados por los Reyes Católicos en el siglo XV.
La Inquisición española y la cacería de brujas fue una maquinaria de terror que asesinaba a diestra y siniestra, y la crueldad exhibida por los religiosos no tuvo igual en el Viejo Continente. La Iglesia Católica le volaba la cabeza a cualquiera que «despertara sospechas» de ser «hereje».
Consciente de eso, los judíos sefardíes buscaban inimaginables subterfugios, de la índole que fuera, para salvar sus vidas, pues eran perseguidos y conducidos a la hoguera por cualquier «quítame esta paja».
El hallazgo de un grupo de científicos de la universidad de Granada que da cuenta de que Cristóbal Colón era sefardí y no genovés como siempre se creyó, plantea un sinnúmero de interrogantes sobre este personaje que cambió la historia del mundo, y principalmente del naciente capitalismo europeo.
El navegante nunca escribió en italiano, por lo que se han elaborado hipótesis que establecen que el «genovés» ahora sefardí, escondió sus orígenes por miedo a la saña de los «tribunales» católicos.
Se asegura de que muchos de los que se montaron en las tres naves capitaneadas por el almirante traído aquí por los vientos alisios, lo hizo huyéndole a la segura muerte que les esperaba en España.