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CONFLICTO ARMADO

CONFLICTO ARMADO

Santos culmina guerra  52 años en Colombia

El 26 de septiembre pasado, en la iglesia de San Pedro Claver, jesuita español que dedicó su vida protegiendo a los esclavos del siglo XVII, en la cinco veces centenaria Cartagena de Indias, con el morral y el fusil M-1 de Rodrigo Londoño Echverri (Timochenko) como símbolos de la concordia, y la escultura de la paloma obesa blanca de Fernando Botero, el presidente Juan Manuel Santos firmaba el fin de la guerra fratricida que por 52 años trastornó la vida de los colombianos.
Más de medio siglo quedaron atrás, como la noche de Jan Valtin, cuando el presidente Santos firmaba la paz con Timochenko, supremo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que protagonizó una cruenta ofensiva contra sus paisanos, asesinando y secuestrando a miles, y destruyendo infraestructuras valiosas y claves de la vida pública erigida con los recursos del contribuyente.
Iniciando una lucha por la obtención de reinvindicaciones de los colombianos desde siempre, las FARC declinaron por el desgaste que es tan consubstancial en una contienda larga, y por el colapso en 1989 de la URSS, y el deshielo en las relaciones La Habana-Washington en diciembre 2015, las FARC perdiendo a sus nodrizas financieras, y devinieron gradual, en bandas de forajidos que cobraban peaje a los carteles de la droga y practicaron la infamia del secuestro como alternativas a los requerimientos económicos de mantener la tropa de 12 mil efectivos.
Hay protagonistas señeros en este laudable y ejemplar pacto por la paz que debiera constituir ejemplo y paradigma en anafes crepitantes de Iraq, Afganistán, Ukrania, Franja de Gaza y Cisjordania, y en que resulta imposible omitir a los arquitectos de este acontecimiento estelar en la vida colombiana y planetaria, además del presidente Santos y Timochenko, a los presidentes Raúl Castro, eximio y firme anfitrión de las FARC, y Barack Obama; Noruega, que fue moderador de las tratativas, y el Papa Francisco, por su rol preponderante, silente, pero decisorio, para, todos juntos, procurar devolver la paz a los colombianos.
La odisea por concretizar la paz aunque es blasón del presidente Santos, fue intentada sin resultados por los presidentes Belisario Betancourt (1982-1986), Andrés Pastrana (1998-2002), que inclusive concedió a las FARC un territorio de 42 kilómetros cuadrados, seis mil menos que el territorio de RD, y por Álvaro Uribe (2002-2010).
Las tropelías y excesos a todo lo largo del conflicto fratricida incurrido por las FARC entraña un imperativo de justicia a que deben y tienen que someterse los insurgentes señalados por las víctimas vivos y familiares de muertos a mansalva, torturados y secuestrados, que una determinante es perecer en combate, y otra preso, torturado, violado, secuestrado y asesinado. Eso es crimen de guerra.
Para estos últimos, en sondeo publicado por el madrileño diario El País el 1 de octubre de 2015, un 42% de los bogotanos se decanta por el perdón y un 52% castigo; en Barranquilla el 63% postula perdonar y un 32% castigar, pero los sondeos de las zonas selváticas, donde el voto por el castigo se supone mayor, no se divulgaron.

Cinco acuerdos fueron acordados en La Habana y rubricados por las partes en Cartagena de Indias. Primero, concesión de un área de desarrollo agropecuario; incorporación de las FARC a la vida política como un partido que pudiera llamarse Fuerzas Activas Reinvindicadoras de Colombia; erradicación centros de drogas; obligación reparar daños causados; verificación y refrendación de los acuerdos por Rodrigo Londoño Echeverri (Timochenko), quien no será extraditado a Estados Unidos, que ofrece US$5 millones por su captura, acusado de traficar drogas a territorio estadounidense. Acuerdos conforme a Comisión de la Verdad, aceptada por las FARC el 4 de junio de 2015, en La Habana.
La cruenta y larga guerra fratricida produjo saldos tétricos como 7, 724,849 víctimas; 267,162 muertos; 6,044, 151 desplazados, inclusive fuera de su país en procura de seguridad y paz; US$10, 150 millones en inversión sólo en 2016 del Gobierno en operaciones contra las FARC, e incontables costos en infraestructuras dañadas, y todo ese tráfago lúgubre, es evidente que no es posible, ni aceptable, dejarlo flotar en el limbo, sin asumir responsabilidades penales y económicas.

 

“Prefiero un acuerdo imperfecto a una guerra perfecta”, proclamó el presidente Juan Manuel Santos, que con la odisea de lograr la paz para sus paisanos, se vislumbra como el próximo Nobel de la Paz, junto a Rodrigo Londoño Echeverri (Timochenko), los presidentes Raúl Castro y Barak Obama; el papa Francisco y Noruega, aunque no es posible dos premios Nobel a una persona, en el caso del presidente Obama.
Ahora, con el plebiscito del día dos de este mes en que 34,9 millones de colombianos votó, 50.2% “NO” y 49.7% “SI”, un 63% abstención, cóctel de apatía y odio a las FARC, con un margen angosto de 14 mil votos, se plantea una ecuación engorrosa para lograr la paz, más, cuando el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el otro grupo levantisco que sin tratos para culminar la guerra, se decantó llamando a los colombianos “a continuar buscando salida negociada al conflicto armado”, imponiéndose la tesis del expresidente Álvaro Uribe de no negociar con las FARC sin incluir el capítulo de culpas por los crímenes de lesa humanidad incurridos.

 
Un paréntesis nuevo y otra odisea por los colombianos y el presidente Santos soldar la paz. La zapata para esa estructura está hecha. Esperemos el final del triunfo de la sensatez y la concordia.

El Nacional

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