Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Se iniciaba la década del cincuenta cuando se mudó a mi barrio una pareja de esposos con dos hermosas hijas adolescentes, de las cuales la gente decía que no se parecían físicamente en nada. Y es que mientras una era delgada y esbelta, la otra portaba una llamativa generosidad fundillil junto a pectorales igualmente abundantes.

Llamaba la atención que mientras la de anatomía voluptuosa era de carácter tranquilo, y de casi nula coquetería, la flaquita le hacía ojos bonitos a la mitad de los hombres con quienes se topaba.

Y como era bonita sus romances eran frecuentes, pues no bien terminaba con un hombre, se unía sentimentalmente a otro.
Parece que los progenitores de la chivirica eran de mentalidad liberal, pues esta a veces llegaba a la casa tarde en la noche, acompañada por hombres, de condición automovilística o peatonal.

No tardó en circular el rumor de que la muchacha había entregado su virginidad a alguno de los machos con los que supuestamente forcejeaba en habitaciones hoteleras.

Y se pensó, que debido al machismo imperante, era difícil que un criollo se matrimoniara con ella, porque casi todos exigían que su futura esposa tuviera la zona erógena herméticamente sellada.

Pero debido a sus encantos, o quizás por la destreza amatoria que adquirió con sus numerosas relaciones de pareja, la chica logró que un adinerado comerciante le diera el sí ante la pregunta que le formuló un oficial del Estado civil.

No había transcurrido un año desde el enlace, cuando las malas lenguas afirmaban que la putona, a quien el cónyuge instaló en una casa confortable y le regaló un carro del año, le estaba pegando los cuernos.

Sin embargo, como es sabido que generalmente el marido es el último en enterarse, y que a veces se hace el pendejo para no tener que separarse de la adúltera, continuó la aparente estabilidad del matrimonio.

Mientras tanto, a la casta hermana pasaban los años sin conocérsele novio, y sus parientes y relacionados estaban seguros de que si seguía de mojigata alcanzaría la condición de jamona.

Lo peor fue que con el único novio que tuvo duró poco, porque según decía, era demasiado malapalabroso para su gusto.
Quizás la pobre ignoraba que el hombre dominicano usa palabras obscenas con frecuencia, sobre todo aquella de raigambre hispánica que rima con moño.

Un viejo amigo afirma que el macho criollo que no come arroz con habichuelas, no echa una palabrota cuando monta en cólera, ni es mujeriego, no es digno de confianza.

El Nacional

Es la voz de los que no tienen voz y representa los intereses de aquellos que aportan y trabajan por edificar una gran nación