La muerte a balazos de dos jóvenes la madrugada del domingo en Baní es de esos crímenes que conmueven y perturban al mismo tiempo a la población.

Rusbell A. Báez Peña, de 21 años, y Franyelis Araújo, de 24, estaban en un puesto de comida rápida después de salir de una discoteca cuando fueron baleados por desconocidos que se desplazan en un carro marca Honda.

Durante el ataque, cuyos motivos se ignoran, también resultó herido William Hidalgo de Jesús Báez, de 25 años. Aunque los pistoleros hayan sido detenidos y se aclaren los motivos del doble crimen queda el temor de la inseguridad.

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Acciones como la de Baní indican que cualquier lugar puede resultar peligroso para una criminalidad que no repara más que en su objetivo. La Policía ha dado cuenta de que uno de los participantes ha sido detenido y de que persigue a los otros sospechosos.

Es obvio que ahora lo más importante es dar con los homicidas, pero el suceso también invita a reflexionar sobre los frecuentes brotes de violencia.

A veces suele pensarse que en el país opera un mercado de sicarios siempre dispuestos a hacer su trabajo. Además de investigar bien la Policía tiene que estudiar la conducta de esas personas que tienen en la criminalidad el medio más expedito para dirimir diferencias. La muerte de los jóvenes en Baní tiene un mensaje que debe captarse y de ninguna manera soslayarse.