El papa Francisco ha vuelto a cautivar a laicos y cristianos con un mensaje contra la hipocresía. Con el aval de su propia prédica, los sermones de Jorge Mario Bergoglio han tenido un calado profundo dentro y fuera de la Iglesia católica. Ahora este hombre que por su sencillez y sinceridad se ha hecho merecedor de admiración y respeto ha instado a los cristianos a que no sean hipócritas y moralistas, sino magnánimos y de corazón grande.
Al mostrar un compromiso con la sencillez, la pobreza, la evangelización, el diálogo ecuménico y la reforma de la Curia las prédicas de Francisco tienen para el catolicismo un efecto redentor. Si advierte sobre el moralismo sin bondad es porque está muy consciente del daño que ha significado para el catolicismo la doble moral que ha caracterizado la vida de predicadores del cristianismo.
No sólo por recordar las palabras de Jesús sobre el comportamiento de escribas y fariseos. Son esas verdades, combinadas con sus votos, las que han convertido la figura del Papa en un auténtico ícono para una gran parte de la humanidad.